8/20/2012

Capítulo 32 / El juego


José tenía por delante un largo fin de semana y pensó en aprovechar el tiempo para llevar más allá la sumisión de sus esclavos y ver si el límite iba más lejos del conseguido por otros amos con sus perros esclavos.

Sería bueno poner a prueba el resultado del adiestramiento de sus siervos, comparándolo con el obtenido por algunos amigos suyos con sus esclavos y habló con ellos para organizar un fin de semana fuera de la ciudad, en la casa de campo de un buen amigo de José que tenía también dos esclavos para satisfacerse con ellos y torturarlos si andaba de mala hostia o sólo por el placer de joderlos un rato.

La casa era grande y tenía suficientes habitaciones para cuatro amos con sus putos perros, puesto que adosado al edificio principal aún estaban las antiguas cuadras que servían para guardar y guarecer por la noche al ganado en ellas.
Estaban tal cual desde que ya no se dedicaba la finca a labores de labranza y solamente habría que renovar la paja en el suelo para que se tumbasen los esclavos y descansasen o durmiesen allí si sus amos no querían usarlos en la cama o tenerlos en el suelo de la habitación.

Ya había suficientes argollas en las paredes de los pesebres para atarlos, si los amos consideraban que no debían mezclarse entre ellos o arrimarse demasiado unos a otros, puesto que todos los esclavos eran jóvenes sanos y llenos de testosterona y normalmente muchos suelen ser criaturas viciosas a las que hay que ponerle freno enjaulando sus pollas y taponándoles el ojo del culo para que no se apareen sin que lo programe y desee su dueño.

José llegó el último con sus dos ejemplares, bien lustrosos y guapos como sacados de las páginas de una revista en la que se exhiben chavales preciosos con cuerpos casi irreales.
En parte porque aparecen perfectos desde los pies al pelo y también por la pericia de los fotógrafos y los efectos que se pueden conseguir con las técnicas actuales.

Pero lo cierto es que tanto Raúl como Dani llamaron la atención de los otros amos y también de casi todos los esclavos reunidos en la casa.
Algunos de ellos se excito al verlos y sus dueños les golpearon los penes con varas de mimbre para castigar su demostración de lujuria incontrolada, hasta bajarles las pollas por el dolor de los zurriagazos que recibían en ellas y en los cojones.

A casi todos se les pusieron jaulas para mantenerlos en estado de castidad y no volver a presenciar sus amos el indecente espectáculo de sus penes erectos como los de burros olisqueando hembras en celo.

Además, en principio, esos putos perros iban a ser usados de forma solamente pasiva usándoles el culo y no tenían motivo ni necesidad que empinasen las vergas ni sintiesen gusto o gozo de ningún otro tipo que no fuese la satisfacción que obtuviese su dueño con ellos.


Un amo propuso que se colgase por las muñecas a todos los esclavos y se les azotase con mimbres para calentarlos y sensibilizarles la piel, con el fin de que notasen con dolor el roce de quien los usase y pudiesen disfrutar mucho más los amos viendo el espectáculo del perro esclavo retorciéndose e intentando emitir gemidos enmudecidos por las mordaza.
Pero para que resultase mejor la diversión, otro dijo que cada esclavo no fuese azotado por su amo sino por otro.
Y así se aseguraba que los azotes fuesen más despiadados, puesto que todos sabían que hay amos que les cogen cariño a sus putos perros y los castigan con una benevolencia no aconsejable para un mejor adiestramiento de semejantes seres miserables, que tienden a ser ruines y perezosos si ablandas la mano con ellos.
Y otro añadió que o se les colocaba a todos las jaulas en los genitales o se les ordeñase al menos dos veces seguidas antes del castigo, ya que más de uno gozaría como una perra siendo azotado y llegaría a correrse de gusto el muy cochino.

José pensó que en eso tenía razón ese amo, al menos en lo referente a Dani, que siendo un puto masoquista podría correrse hasta dos veces sin aflojar la minga si le arreaban con saña hasta hacerle sangre y reventarle la piel.
Y a él le desagradaba estropear la piel de melocotón, sedosa y dorada, de ese muchacho.
Y encima para el cabrón del chaval no era un castigo sino un puto placer.
Así que aunque en principio no le repugnase la idea, tampoco era de su gusto y prefería no compartirla ni acceder a ejecutarla con sus esclavos.

Tenía que inventar otra cosa en sustitución de eso para divertir a los otros amos sin que ninguno abusase de sus esclavos ni los lastimase por el simple motivo de verlos sufrir.
Y a otro de ellos se le ocurrió que unos esclavos compitiesen en aguantar más azotes con el mimbre, pero otros lo hiciesen soportando hacer más mamadas o aguantar pollazos por el culo.
Y así a cada esclavo lo usarían todos los amos.
Y el puto que más tiempo se mantuviese abierto de patas se le dejaría hacerse una paja y su amo sería el vencedor en lo que se refiere a domar a un perro para poner el culo y satisfacer a cualquier macho.
Y si era por la boca, el que más tiempo la tuviese abierta sin cerrarla para tragar saliva, demostraría que su dueño es un buen adiestrador de zorras mamonas y también se masturbaría delante de la concurrencia.

 Lo propuesto por este último era mejor que el plan anterior, pero tampoco convencía demasiado a José.
El no quería que otros usasen a Raúl, ya que aún no estaba adiestrado como para eso y no respondería adecuadamente, y aunque estaba seguro de la habilidad de Dani para dar placer a un macho y posiblemente fuese la puta con mejores artes entre todos los esclavos allí reunidos, no estaba seguro de que los otros amos supiesen valorar el trabajo de una zorra tan sumamente deliciosa como su esclavo más joven.

José se decidió y les dijo a los otros señores que cada cual ofreciese lo que considerase más oportuno en función de la calidad y dotes de los esclavos de su propiedad.
Y él ponía a disposición de los amos uno de sus putos perros para que demostrase que podía lograr que un macho se corriese antes de cinco minutos con una sólo mamada.


Y esta zorra chupa pollas era Dani.
A su otro esclavo se lo follaría él delante de ellos, para que viesen como podía entregarse a su amo un puto que hasta hacía muy poco sólo era un activo desconsiderado y cabrón rompedor de ojetes, sin saber obtener de ellos todo el provecho que un experto sabe sacarle a un buen culo.

El dueño de la casa ofreció a sus dos perros para que uno fuese follado por todos sin cerrarse de patas y al otro lo azotasen con el mimbre hasta que se corriese de placer el muy puto cerdo.

Otro amo dijo que su esclavo soportaría zurriagazos hasta correrse dos veces seguidas, antes de que lo hiciese el otro esclavo ofrecido por su amo para ese goce que le brindaban generosamente a sus esclavos.

Y, por último, el amo que faltaba por hablar quiso que a uno de sus esclavos lo follasen todos sin darle respiro a su ano, no sólo los amos sino también algún esclavo enseñado para usar la polla dentro de un culo, y después todos los que jodiesen a éste, le follasen la boca al otro perro de su propiedad, que ya superaba los veintinueve años, pronto cumpliría treinta, y en poco tiempo pensaba deshacerse de él, puesto que ya estaba demasiado usado y no le daba el suficiente placer que justificase el gasto de mantenerlo.
A este amo sólo le gustaban los esclavos muy jóvenes.
Lo que estaba claro es que la contienda iba a ser larga, puesto que las bolas de los amos tenían que recargarse y las vergas volver a ponerse rígidas e inhiestas después de calcarse a cada esclavo destinado a poner el culo o los mamones les extrajesen la leche.

Los amos aceptaron la propuesta de José, desenjaularon los penes de sus esclavos y comenzó el torneo.
Pensaron que lo primero sería colgar a los dos esclavos que iban a disfrutar las caricias de la vara de mimbre, pero no era lo más conveniente azotarlos al mismo tiempo, ya que los espectadores podrían centrar su atención más en uno que en otro y perderse parte del espectáculo.
A parte se pretendía con ello que los demás esclavos se cagaran de miedo viendo el castigo y oyendo los gritos de los azotados, porque se decidió no taparles la boca con mordazas para que el acto tuviese un sonido más real y completo.
Y si se les zurraba al mismo tiempo, el resto de los putos esclavos no pasarían dos veces el mismo terror.
Por eso, sin duda, era mejor por turno y de ese modo los amos no se perderían detalle de los espasmos y gestos de ninguno de los breados, ni se les evitaba a los perros que lo presenciasen hacerse caca dos veces, asustados por si a alguno de ellos lo sumaban al número para zurrarlo vivo por todas partes.
 Un castigo si no es ejemplar, sólo significa un sufrimiento inútil para que otros aprendan a comportarse y satisfacer a sus amos.

José no veía con buenos ojos prácticas tan brutales, pero aquellos pobres esclavos no eran suyos y era consciente del placer que puede darle a un ser inferior como a Dani, por ejemplo, el dolor que le infrinja su amo, ya sea por puro capricho o como castigo merecido por no agradarle o desobedecerle.
En cuyo caso el esclavo es indigno de su señor y además será despreciado por éste.

Ya sólo quedaba comenzar los juegos, utilizando a los esclavos para la diversión y entretenimiento de sus amos.
En la cara de los perros se reflejaba la tensión, los nervios, el temor y hasta el deseo de satisfacer sus más bajos y libidinosos instintos.

Los señores demostraban con sus gestos el convencimiento de que vencerían en la contienda y el orgullo por hallarse y ser reconocido como experto domador entre los mejores adiestradores de esclavos en todos las prácticas y aspectos de la sumisión y poseer tan buenos ejemplares para lucirse ante sus amigos.

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