8/06/2012

Capítulo 28 / La atracción


José había decidido cual sería la solución para resolver el conflicto en sus relaciones íntimas con los tres seres que le importaban y por los que sentía un intenso sentimiento afectivo y, además, una tremenda atracción física, espiritual y sexual, que subyugaba su carácter independiente, libre y dominante, lazándolo con una particular situación de dependencia hacia los tres hombres que cerraban el estrecho circulo de su vida actual.

Tres eslabones de una misma cadena, que con la falta de alguno de ellos no sólo se rompía la magia del mundo personal de José, sino que se hundiría una parte de su alma en la melancolía por la falta de un miembro desgajado de si misma.
En cualquier caso no es fácil que se mantenga una idéntica atracción entre varios sujetos de la misma especie, sean o no de igual sexo, y en el triángulo creado por José lógicamente había primacías en función de su estado de ánimo, el momento y la función que requería de cada uno de los otros.

Ahora podría ser más fuerte la ternura y la atracción física por el más joven.
Y, sin embargo, en algunos instantes el deseo de sexo salvaje más intenso lo ejercía el otro muchacho de aspecto viril y con un carácter más difícil de dominar.
Aunque quizás esa impresión que tenía José respecto a Raúl solamente fuese aparente y no tan real como quiso demostrar el chico en su momento.
Y es frecuente que los seres como Dani, que aún conservan algo de niños y su suavidad mueve a cuidarlos y protegerlos como delicadas y preciadas piezas de porcelana, dentro contienen la erupción de un volcán de pasiones y fuerza que asustaría al mismísimo fundador del imperio mongol Gengis Kan, dominador de reinos y hasta de los orgullosos imperios jin, tanguta, kara-kitai y corasmio. Es decir gran parte de la inmensa China.

Y para complicar más las cosas estaba el amante.
El general ya maduro al que José amaba y aún sentía por él un deseo sexual distinto al de los chicos, pero tan necesario que a veces le resultaba irreprimible.
Y en otras ocasiones, eso podría ser cuestionable o puesto en duda, desde un punto de vista más estricto, comparado con el furor y la brutal explosión de su necesidad de dominar y someter a otros, hasta ahora siempre más jóvenes que él, pero que no solamente le seducían sus hermosos y frescos cuerpos, sino el hecho de sentir el poder sobre ellos y verlos sumisos y postrados a sus pies, esperando ser usados conforme a sus deseos y caprichos.

El placer de saberse amo absoluto de otros seres, en este caso de su misma especie y sexo, hacía que un erótico escalofrío de intenso placer recorriese su cuerpo desde el cerebro hasta la punta del pito.


Que en el caso de José, realmente llamarle así, simplemente pito, no era muy apropiado, dada la envergadura y calibre del caño con que meaba el joven oficial.
Y no digamos cuando este instrumento, bien engrasado y puesto a punto, se disponía a perforar algún culo o dejar su munición en la boca de algún tío, porque hubo legendarios cañones en el mundo que pudieran haberle envidiado por su tamaño, potencia y alcance de tiro.

Sus balas eran pequeñas, puesto que los espermatozoides son diminutos y juguetones y no paran de mover una colita que tienen para desplazarse a toda leche.
Pero los soltaba en tal cantidad que podrían fertilizar toda una manada de zorras o perras en celo y ansiosas por parir preciosos cachorros.
Así que no es raro que el estómago de sus esclavos tardase en digerir la leche de su amo cuando se la hacía tragar por la boca, o que les costase tiempo terminar de cagarla si se la depositaba dentro del culo.

Si los muy putos tuviesen una manecilla de reloj en los ojos, que indicase el nivel de llenado como en el tanque de gasolina de un automóvil, cada vez que el amo descargaba en ellos la lefa, este artilugio puesto en ambos ojos, marcaría lleno hasta el borde.
Y daría igual que fuese por arriba o por abajo, puesto que tanto el estómago como la tripa estarían conectados a estos medidores.

Y cuando era a Dani al que llenaba, sus ojitos se le encendían en verde intenso.
Pero si esa vez al que le tocaba era a Raúl y para el otro no quedaba suficiente, las lucecitas del chico se volvían de un rojo vivo, advirtiendo que se estaba quedando sin combustible para seguir camino.

Cuando un amo tiene esclavos tan jóvenes, se les debe llenar el depósito con más frecuencia, porque aún están en plena formación y terminando de desarrollarse y queman mucha más energía.
Rondando los veinte años solamente, ya se sabe, sus pollas no se bajan ni para mear. Y al mínimo roce el glande les toca el ombligo por lo menos.

Perece mentira que algunos con unas pelotitas tan pequeñas y pegadas el culo, puedan fabricar y expulsar tanta leche cuando se les pone bien calientes y cachondos.
Y unos azotitos bien dados en el culete son definitivos para eso.
Los hay que cuando quieren decir “qué me corro!”, ya se han vaciado los muy cochinos.
Y lógicamente, al hacerlo sin permiso y a antes de tiempo, merecen un severo castigo. Y es el mejor remedio para un perro esclavo, porque los azotes dados en serio y con mano dura, les vuelven a poner burros y la verga les quema como un tizón encendido, al sentir el ardor y el dolor en las nalgas.


Y el amo los folla otra vez con mucha más fuerza y rascándoles el recto para que se enteren hasta donde se la mete su dueño, provocándoles que babeen como putas por la boca, por el pene y por el culo, pero los preña una o dos veces seguidas sin sacarla, si su potencia sexual se lo permite, sin dejar que el muy cerdo del esclavo lo haga aunque le estallen la bolas por la presión de la leche acumulada en ellas.

Y si el amo quiere poner al miserable más caliente todavía, que siga dándole fuerte con la mano en las cachas mientras lo monta y lo jode vivo.
 Es un tratamiento que nunca falla para enseñar al esclavo cual es su obligación y para que le sirve a su amo y ponerlo en su sitio sin que vuelva a salirse de madre.
Y si lo hace, entonces se recurre a un castigo más severo, dependiendo de lo que más miedo y dolor el cause al puto perro, sin caer en darle más gusto con eso, si el esclavo es masoca y lo que busca es que su dueño le cause dolor para pasarlo teta no su amo solamente, sino el muy cabrón del jodido miserable, que goza como una perra sufriendo hasta desnatarse de tanto correrse, por mucho que le aten la punta del capullo y los cojones.
Y si le clavan agujas y lo pinzan retorciéndole los pezones y los huevos y la polla o cualquier otra parte de su vil anatomía, todavía se lo pasa mejor.
Y si lo cubren con cera derretida, tan caliente que le queme la piel, entonces su orgasmo es impúdico y escandaloso aunque sea interno y no le salga por el orificio de la uretra ni una gota de semen o babilla.
Cosa que sería difícil, desde luego, dado que los esclavos, cuanto más putos y más zorras, menos continencia tienen para evitar que sus pelotas rezumen y suelten por lo menos suero, cuando no puro esperma de perro.

El amo ha de conocer con que ganado juega y como apretarle las tuercas en cada momento y situación.
Acertar siempre con la medida adecuada y justa no es nada fácil.
Y precisamente equivocarse lo menos posible es lo que hace grande a un amo y que sus esclavos lo respeten y adoren.
Y de eso a enamorarse del amo sólo es añadir un pequeño matiz al dominio y a la obediencia y es el lazo más poderoso que ata al esclavo a su amo.
Y eso se llama amor y se propaga entre ambos como vasos comunicantes.

José sabía todo eso y procuraba ponerlo en práctica.
Y los resultados que iba obteniendo con sus esclavos eran inmejorables.
Los dominaba, los sometía, los usaba como él deseaba y según el tratamiento más adecuado a cada uno de ellos para obtener y sacarles el máximo placer para su dueño.

Y no olvidaba que el dulce y aniñado Dani era un completo masoquista, así que José cuidaba mucho que castigos debía aplicarle y hasta donde podía causarle dolor y hacerlo sufrir físicamente, para que el chico no gozase a su modo, sino como le gustaba a su amo.

Dolor para el esclavo y placer para su dueño, que también era gozo para el puto Dani, pero sin convertir el castigo en una recompensa erótica y sexual para el muchacho solamente.
Eso no le impedía a Dani calentarse y excitarse ante su amo simplemente con mirarle a los ojos y saber que en cualquier momento su cuerpo iba a ser penetrado y colmado por la generosa afluencia de semilla que su dueño solía regalarle a diario, regándolo con saliva y sudor para que floreciesen mejor las flores del delirio y el éxtasis en el tierno esclavo, traspasado siempre por el goce de su dios y señor.

Raúl, a su modo, disfrutaba siendo usado por José, sabiendo que le daba placer a su amo de la manera que éste quisiese o le apeteciese más en ese instante.
Se sentía un juguete de su dueño.
Un mero objeto cuyo amo usa como mejor le convenía y eso era su mayor satisfacción, tanto mental como física.
Y se corría tan sólo con pensarlo estando despierto o soñarlo mientras dormía.
Todo su cuerpo era sexo al servicio y para el mayor goce de su señor, porque estaba perdidamente enamorado de José, aunque también le gustase el cuerpo de Dani y le pusiese la verga dura como el acero olerle el culo o vérselo en cualquier posición.

Pero la atracción por su amo era distinta y el cuerpo de José le provocaba lo que jamás había sentido al ver a otro hombre ya fuese vestido o desnudo.
Lo ponía como una moto de carreras a toda pastilla y a velocidad desenfrenada.
La cercanía de José le subía la adrenalina a Raúl y la testosterona le hervía como en una olla a presión y la tremenda verga se le deshacía en leche, desinflándole el potente par de huevos que el colgaban en la húmeda entrepierna.

Hasta el vello del pubis se le erizaba y se perlaba de pequeñas gotas de sudor al oler el cuerpo de su amo, anunciando su presencia, u oír la voz de su amado y deseado señor, que sonaba en los oídos del chaval desarmando sus defensas como las trompetas lo hicieron derribando las murallas de Jericó.

A José solamente le faltaba ver a su amante a sus plantas, suplicándole como lo dos muchachos una mirada o si al amo le placía, una caricia.

Y ganarse diariamente como los dos jóvenes el favor de su señor para que lo tomase o le permitiese ver como gozaba a cualquiera de sus otros esclavos, arrodillado en el suelo y en silencio, esperando sólo lo que su amo quisiese darle.


Ya fuese un premio, follándole con su recia verga la boca o el culo y nutriéndolo con la leche de sus divinos huevos, o un castigo, colgándolo como una res desollada después de aplicarle una sesión de terapia con pinzas y electrodos, o amarrado por el cuello como un perro y flagelado con su propia fusta o azotado con el bastón de mando, con empuñadura de oro, que lucía al vestir el uniforme de gala de general.

Y José podía asegurar que su amante seguía atraído por él y lo amaba al punto de doblegar su orgullo y ser otro puto esclavo del capitán, con tal de no perder el amor de su amante.

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