8/17/2012

Capítulo 31 / La consecuencia


Las relaciones entre el capitán y el general se mantenían frías y limitadas al estricto cumplimiento de sus respectivas obligaciones militares.
Casi dos meses después no habían avanzado ni un palmo para acercarse el uno al otro fuera del cuartel, ni parecía que el jefe tuviese la menor intención de hacerlo.
José aguantaba comiéndose las ganas de hablarle o de cogerle la mano como antes, pero dentro de su estrategia no cabía declinar ni bajar la guardia ante el contrario. Además, cuanto más tiempo pasaba con sus esclavos, más entendía que su relación sexual con otro hombre ya no podría ser jamás de otro tipo que no fuese el de la dominación, en calidad de amo sobre el otro, y la sumisión ciega y absoluta del que estuviese dispuesto a ser sometido a su dominio como esclavo.


Y ya no tenía que buscar ni adquirir a nadie que le sirviese como sumiso, puesto que poseía dos jóvenes guapos, sanos y absolutamente entregados a su capricho y poder sobre ellos.
Y, por si no fuera bastante para que lo complaciesen totalmente e hiciesen cuanto le daba la gana, los dos chavales estaban enamorados de su amo hasta el tuétano de sus huesos.
Por qué entonces pensaba aún en su amante?
Creía que de verdad iba a volver y postrarse a sus pies como otro esclavo más, al mismo nivel que los dos chiquillos que ya le servían?
Y si tanto le amaba todavía. qué motivo le hacía desear tenerlo como siervo en lugar de volver a ser su amante?

Esas preguntas giraban como un torbellino en la cabeza de José, pero nunca encontraba la respuesta ni una solución adecuada al dilema que se había planteado en su vida. Volver con Alfonso como años atrás, no le era posible, puesto que ya no sentía ni podía disfrutar la sexualidad de la misma manera que antes de comenzar con el juego de dominar a otros para darle gusto a su amante.
Alfonso lo metió en el mundo del sexo entre amos y esclavos, siempre más jóvenes que José, y ahora su apetito sexual y su mente necesitaban el placer de sentir la superioridad de su voluntad y su fuerza sobre otro hombre y deleitarse usándolo pensando sólo en su propio gozo, aunque ello supusiese solamente dolor físico y humillación moral para el sometido.
E incluso ese sufrimiento y ese reconocimiento de inferioridad absoluta del dominado, le causaba un plus añadido al éxtasis del delirio cuando alcanzaba el orgasmo.

José tenía alma de amo y quizás nunca lo habría sabido si no lo empujase su amante a abusar de otros jóvenes machos para amansar el complejo que le produjo perder su potencia viril y reduciendo su placer sexual al gusto que podría darle a su joven amante.
Pero es posible que su mentalidad y posición le impidiesen reconocer y admitir que ese era su único papel en la cama con otro hombre y en lugar de ser él quien le hiciese gozar a su fogoso amante, quiso que otros aún más jóvenes y hermosos tomasen su lugar mientras él contemplaba el placer y el orgasmo de su amado José tras un espejo.

Puede que Alfonso no calculase bien su planteamiento o no alcanzase a prever las consecuencias que le acarrearía al amante, pero lo cierto es que le destapó los ojos a un mundo desconocido, que latía en silencio dentro del alma de José.
Porque el capitán no se volvió amo por voluntad del general ni para darle gusto a éste. José nació para ser amo y sólo era cuestión de tiempo que lo averiguase, ya fuese solo o impulsado por otro como en su caso.
Pero su espíritu dominante y su voluntad ya estaban dentro de él para brotar como un torrente de lujuriosa fuerza y pasión que arrastrase a otros seres nacidos para ser esclavos, engulléndolos hasta devorarlos y abrasarlos con el fuego de su sexo y la fuerza de su espíritu indomable.
Con una sola mirada podía causar al esclavo más daño que si lo golpeasen con un puño de hierro.
Y su voz sonaba en la mente de los sometidos como el trueno que ensordece tras la chispa de luz que rasga el cielo y amedrenta a cualquier criatura sobre la tierra.

Así era José realmente y ahora sólo sus dos esclavos conocían al verdadero hombre que vestía el uniforme de capitán.
Un macho con una potencia sexual exhibida en una verga incomparable, que tanto podía ser el más amable y cariñoso de los hombres como el más duro, exigente y áspero de los humanos.
Pero siempre mentalmente equilibrado y procurando, ante todo, ser justo en el trato a sus esclavos, dentro de unos límites razonables, sin olvidar que sólo eran criaturas hechas para ser suyas y satisfacer sus deseos cumpliendo lo que la voluntad de su único amo les dictara.

Y ahora ya no había marcha atrás para José ni tampoco para sus dos jóvenes esclavos.
El capitán, al admitirlos como de su propiedad, adquirió con ello la sagrada responsabilidad que todo amo tiene de cuidar y proteger al ser que se entrega a su dominio como esclavo.
Y los dos muchachos ni querían ni podían ser más que meros sujetos sin voluntad propia, ni deseo alguno u otra apetencia que la de ser útiles en todo a su dueño. Sabiendo que para el amo tendrían menos importancia que el más humilde animal de su casa si lo hubiere.
Sencillamente seres inferiores que con su mera presencia ante el amo manchaban su áurea de dignidad e incomodarían su mundo de perfección si no aprendiesen a comportarse y humillarse a los pies de su señor.
Y por el simple hecho de existir ya merecían el castigo de su amo y hasta el desprecio si no sabían satisfacerle como les exigiera en cada momento.

Raúl y Dani no sólo tenían muy asumido todo eso, sino que les faltaban horas al día para poner en práctica su afán de servir y complacer a su señor.
Y el capitán nunca se saciaba lo suficiente viendo, tocando, acariciando, oliendo, besando, saboreando y estrechando contra su pecho a ambos muchachos.
Ni mucho menos penetrándolos por la boca y por el culo o gozando con el calor de su carne recién azotada.

Le gustaban sus chicos y le hacían más feliz de lo que nunca ellos podrían suponer. Pero si sabían el grado de atracción que ejercían sus cuerpos sobre su amo, aunque no sospechaban hasta que punto pudiese atraerle también lo que había dentro de cada uno de ellos.


Los chavales se conformaban con estar con José y que éste los mantuviese consigo. Pero el capitán también padecía las consecuencias de haberle seguido aquel juego al general y accedido a tomar esclavos para divertir a su amante.
Ya era un amo propietario de dos criaturas que le ganaban el corazón por momentos. Dos muchachos distintos en todo y diferentes hasta ser el antítesis el uno del otro, pero ambos estupendos, tiernos y atractivos, con un físico que podrían empinar hasta las losas del suelo al pisarlo.

Y lo fundamental era que José estaba plenamente convencido de la bondad de estos críos y la capacidad de entrega que podía obtener de ellos.
Y aunque a veces se plantease apartarlos de sí y borrarlos de su mente, le fue completamente imposible olvidar que dos chiquillos aguardaban sus azotes o sus caricias, sus besos o sus guantazos y su polla y su leche con idéntica ilusión y nerviosismo que pudieron esperar los regalos en navidad siendo más niños.

Dani y Raúl compartirían sus días y sus noches con José, con el general o sin él.
Y sobre eso ya no le quedaba la menor duda al capitán.
Siervos, esclavos o amantes, podría llamarlos como le pareciera y hacerles lo que estimase oportuno, porque los dos muchachos eran exclusivamente suyos y nacidos para darle el placer que quisiese gozar con ellos y del modo que más le gustase.

Estaba seguro que ambos críos llegarían a ser dos esclavos perfectos para él, que era a quien los chicos deseaban como amo, antes incluso de saberlo ellos mismos.
Por eso siempre hemos de tener presente que algunos hechos en la vida nos acarrean consecuencias imprevisibles e irremediables. Y tanto si son buenas como malas, hemos de asumirlas y aceptarlas para seguir el camino por la ruta que vayamos eligiendo y marcando a nuestro paso.

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