8/02/2012

Capítulo 27 / La solución



José tuvo una idea para solucionar el conflicto surgido con su amante el general y los dos esclavos.
Había que salvaguardar a Dani de cualquier posibilidad de caer en manos de su antiguo capitán y, ante todo, impedir que apartasen de su lado a esa criatura que ya le tenía ganado el corazón.
Lo mejor para el chaval era apartarlo del peligro dejando la vida militar.
Era un chiquillo con tan sólo dieciocho años y aún tenía casi todo por vivir y José disponía del tiempo que necesitase para cincelar al muchacho como mejor le pareciese.
Educarlo, enseñarle cualquier disciplina y adiestrarlo para servirle y serle útil de la mejor manera posible.
El chico no era tonto y su mente despierta le facultaba para estudiar y aprender con rapidez.
Además no tenía carácter para ser militar.
Así que lo más provechoso para el muchacho era formarlo por si tuviese necesidad de realizar algún trabajo propio de una profesión cualificada.
Dani dejaría el ejército y se pondría a estudiar lo que decidiese su amo como más adecuado a las características, condiciones y capacidad intelectual del chico.
Pero eso José lo pensaría con calma, ya que si algo no debía tener Dani en su vida era otra prisa o ansia que darle placer a su dueño.
Lo quería sólo para él y permanentemente a su disposición, sin otro lazo que ser el único propietario del chaval.

Con Raúl la situación era distinta.
Este si tenía dotes para ser un buen soldado, pero también deseaba su amo tenerlo siempre dispuesto a ser usado como le pareciese más oportuno y el chico podría dar muy buen juego para múltiples utilidades.
Y una de ellas podría ser servirle a su señor de anzuelo para pescar a otros putos sumisos, ya fuese para usarlos simplemente o esclavizarlos también si alguno de ellos le complacía lo suficiente para admitirlo en propiedad de forma permanente.

El ejército es una fuente inagotable de piezas jóvenes para ser capturadas y domadas por una mano hábil y experta como la de un amo fuerte y duro como José y la propia disciplina militar hace de ellos un buen caldo de cultivo para que acepten la obediencia a un amo sin rechistar ni cuestionarse la racionalidad de tal conducta.

Se les entrena para cumplir órdenes sin plantearse la oportunidad ni su proporcionalidad y mucho menos las consecuencias de tales mandatos.
Un buen soldado sólo debe servir con su misión manejando las armas y cumplir lo que dispongan sus superiores.
Lo mismo que hace un esclavo, pero éste con el sólo fin de satisfacer y complacer a su señor.

Y antes de acometer sus planes y tareas, el amo quiso ver como seguía la evolución de los daños producidos por el duro castigo sufrido por Raúl y destapó al muchacho, que todavía estaba adormilado, y observó su espalda y sus nalgas, con mejor aspecto pero todavía con las señales de los azotes que cruzaron su carne en todas direcciones.
José tenía que admitir que aquel muchacho estaba más bueno que el pan recién cocido en un horno de leña a primeras horas de la madrugada.
Y no resistió besarlo y despertarlo haciéndole cosquillas con la lengua por toda la espina dorsal.

Raúl volvió la vista hacia su señor y se estremeció de gusto al sentir las húmedas caricias en su espalda.
Y sus piernas se separaron inconscientemente o por vicio, pero dejaron franca la entrada trasera de su cuerpo.


José relamió el redondo agujero del chico y le metió saliva dentro con la lengua, para dejarlo suave y jugoso como el hueco que deja la pepita al extirparla de un fruto carnoso, y le introdujo dos dedos enteros por el ano, disfrutando con la cálida suavidad de la delicada mucosa interior del cuerpo de Raúl.
La respiración agitada del chico y los movimientos espasmódicos que recorrían sus miembros, así como el calor de su sangre trasmitido desde el recto del chaval a los terminales sensitivos de su amo desde la yema de los dedos, le puso a José la verga como un tronco de un castaño añejo, tanto por la consistencia y dureza de su madera erguida, como por el diámetro de su circunferencia, engordando año a año su perímetro.
Y todo ese caudal sanguíneo, embutido en un cilindro de carne rígida y contundente, que a más de un culo podría causarle pánico por su envergadura, se clavó en el esfínter de Raúl con un violento movimiento de la pelvis de José que lo introdujo hasta el mismo nacimiento de los pelos de sus cojones.
Y acostándose sobre el cuerpo del esclavo, le dejó el ojete como una margarita después que la desojasen pétalo a pétalo, con el me quiere o no me quiere de un corazón adolescente, que lo que consigue es joder la flor y dejarla hecha trizas.

Pero en este caso, el culo de Raúl no sólo terminó repleto con el semen de su amo, sino que tanto o más placer como recibió su dueño al follarlo, lo sintió el chico al ser jodido por la polla de su dios y mojó la sábana con su leche.
Un amo con más de un esclavo siempre tiene el problema de dosificar sus fuerzas y repartir de una manera controlada el regalo de sus generosas atenciones en una justa proporción para sus esclavos.
Dejando a salvo siempre las preferencias o caprichos que el dueño tenga en cada momento para usar a uno u otro, sin preocuparse de las ansias de los putos viciosos que lo sirven, ni tener en cuenta otra cosa que no sea su deseo o la atracción que más le provoque el cuerpo de uno de ellos sobre el resto.

 Aunque en el caso de José ambos chavales le gustaban un montón y sus dos cuerpos se la ponían igual de dura.
Así que le costaba trabajo decidirse a cual de ellos se follaría primero.
O si lo hacía al mismo tiempo con los dos, en cual descargaría su semen.
Y también le quedaba la solución salomónica de repartir la leche en la boca de ambos. Pero lo que no le gustaba era dejar a uno de lo dos sin nada y por eso, cuando terminó con Raúl, a Dani le besó con fuerza en la boca y le metió mano por todas partes y le dejó chuparle la polla hasta que volvió a endurecérsela y el muchacho pudo sacar algo sabroso de ella.

A Dani le gustaba la leche de su amo más que el caramelo más exquisito y más dulce que la miel de romero.
Pero por el momento lo prioritario para el capitán era recuperar a su amante.
Y esta vez, José quería cobrar una pieza digna de un campeón.
El capitán había decidido domar al general y someterlo a su voluntad, haciendo del amante otro esclavo a su servicio.

José amaba a Alfonso, pero, por el bien de los dos, ya era el momento de poner al general en su sitio y sacar de su interior la verdadera naturaleza del ser sumiso y débil en que el complejo por su impotencia lo había convertido.
José estaba seguro que Alfonso volvería arrastrándose a sus pies, arrepentido y suplicándole que no dejase de ser su amante.
Porque el general no podría soportar no volver a sentirse amado y poseído por el hombre que desde que era un joven cadete le había llenado el vacío y la carencia de una vida sin ilusiones a consecuencia de un trágico accidente.

Pero, aunque le perdonase porque también lo amaba, José le pondría unas condiciones implacables.
Y eso supondría la exigencia de que acatase ser su esclavo, lo mismo que los dos muchachos que ya poseía.
Alfonso haría lo que José desease y le serviría como le diese la gana a su amante, que se convertiría en su dueño y señor.
Y si Alfonso efectivamente llamaba a la puerta de la casa de José rogándole su perdón, lo primero que el amo haría con su nuevo esclavo sería darle el castigo que por su estupidez se había ganado a pulso.

El general, sin galones ni atributo de mando, desnudo mostrando su vergüenza ante los otros dos esclavos, recibiría de propia mano de José los azotes que estimase necesarios para escarmentarlo y someterlo a su dominio y potestad de amo.

José estaba dispuesto a adiestrar al general haciendo de él lo mismo que lograra con Raúl.
Su puta zorra para follarlo o usarlo de vil sirviente, según el humor con que amaneciese ese día.
De un macho acomplejado por lo que él creía una dudosa hombría, haría un perro satisfecho y agradecido porque su amo lo montase y tratase como a la perra más zorra y miserable del país.
Alfonso no sólo amaría a José como amante sino que lo adoraría como su amo y su dios, de la misma manera que ocurría con Dani y con Raúl.


Era una apuesta difícil y arriesgada, mas José estaba convencido que conocía muy bien a su amante y ganaría esa partida.
 Lo más difícil ya estaba hecho.
Había roto el delgado espejo que separaba dos realidades intentando ocultar que en ambos lados del cristal sólo había un amo.
Pero en uno de ellos el señor usaba a dos esclavos jóvenes y hermosos y en el otro un esclavo maduro sólo quería ver lo que en el fondo deseaba que le hiciese a él su amado y joven amo.

A veces, quien aparenta ser más fuerte y autoritario resulta el más vulnerable y dócil ante un verdadero domador de hombres y machos, que dentro de ellos sólo hay espíritu y mentalidad de putos esclavos.

Y el capitán meditó y planeó su estrategia y se preparó para tomar la plaza al asalto, pero el primer paso tendría que darlo el general.
Era un juego de ajedrez entre los dos amantes y ahora le tocaba mover ficha a uno de ellos.

Y ese era el general, que bebía mostrar arrepentimiento y solicitar a su joven amante que lo admitiese y lo tomase como esclavo a su servicio, junto a los dos jóvenes que mostraban su provocadora y desnuda belleza en la casa de su amo, el capitán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario