6/07/2012

Capítulo 10 / La chapa


Entraron en el bar de copas y varios chavales con pinta de chaperos los miraron aviesamente puesto que sin duda suponían más competencia para ellos, mermando la posibilidad de cazar alguno de los pocos clientes que había en el local esa noche.

Ambos eran guapos y Raúl, un tío cachas, con cuerpazo, paquetón y un color moreno que invitaba a sobarlo, llamaba la atención y le entraba por los ojos tanto a chulos como a clientes potenciales, sin resultarle indiferente a un par de camareros también.
Por supuesto Dani, aunque más menudo de talla, tenía una cara muy guapa y su redondo culete, así como todo su cuerpo, incitaba a morderlo y comérselo a pequeños bocados.
Dani era una trufa de chocolate apetitosa para cualquier paladar, que todavía conservaba cara de niño, lo que lo hacía mucho más atractivo en un lugar de ese tipo.
Y pronto se pegó a él un moscardón llamado por el dulzor del chiquillo.
El tío ya no cumplía los cincuenta, pero aún estaba de bastante buen ver y, sobre todo, parecía pudiente como para pagar un buen precio para usar al chico.
Raúl, pasó de perder el tiempo en palabrería y pamplinas y entabló negociaciones con el fulano, diciéndole directamente que el chaval era su puta y si quería follárselo tenía que llevarse a los dos y darle el dinero a él, por supuesto.

El señor, que era muy educado, le dijo: “Por lo que veo tu eres activo y él es el pasivo. No es cierto?”
A Raúl esa terminología le era desconocida pero intuyó que debía referirse a cual de los dos era el marica, y le contestó. “Yo soy macho. El marica es él. A mi no me van los tíos, pero esta es mi puta mientras no encuentre una con un coño de verdad y un buen par de melones, que es lo que me gusta”.
El señor, muy fino y educadamente, de entrada sólo dijo: “Ya... Y bien, os llevo a los dos a mi casa. Y tú te lo follas mientras yo miro... Más tarde, si me apetece, lo vuelves a follar y él me la chupa. En cualquier caso os pago por toda la noche y para hacer lo que yo diga”.
Pero Raúl saltó como si la banqueta de la barra tuviese un muelle roto: “Un momento. Yo no pongo el culo ni mamo pollas. Y sólo me follo a éste”.
“Sí. De acuerdo. Yo no quiero follarte ni que me folléis ninguno de los dos. Está claro?”, dijo el tío rico.
“Sí... Pero toda la noche tiene un precio y más siendo los dos”, advirtió Raúl.
“Lo supongo”, dijo el señor. Y añadió: “Trescientos”.
Raúl se quedó pensando porque a penas podía creer que le diesen tanto dinero por follarse a su esclavo y el tío volvió a decir: “Por cada uno”.
No podía haber oído bien. Y soltó en tono de admiración mal disimulada: “Trescientos por cada uno... Es decir seiscientos pavos por la noche en su casa?”
“Sí. Eso he dicho exactamente”, ratificó el fulano.

Eso era una chapa y lo demás cuentos, pensó Raúl.
Hasta podría darle descanso a Dani y follárselo él solo un par de días.
Así disfrutaría más de su puta porque estaría más perra por sentir una polla dentro del culo.
Como si no se diese cuenta que a Dani la única verga que le ponía como una zorra en celo era la de su amo y no el resto que le obligaba a tragar por dinero.
Y salieron del bar acompañando al señor, que los llevó en su coche hasta su casa, para que le hiciesen el servicio que había contratado con Raúl.

El hombre vivía en un barrio elegante y el salón de la casa era formidable.
Le preguntó a Raúl que le apetecía tomar y el chico dijo que un whisky con hielo. A Dani ni le preguntaron nada ni él tampoco abrió la boca tan siquiera para decir que tenía sed.
Dani no contaba a no ser para ser usada su carne como objeto de sexo y nada más.
De marcar la diferencia y dejar clara cual era la posición del chaval ya se había encargado Raúl al decirle al cliente que aquello era su puta y lo usaba como esclavo sexual para sacar pasta.
Mentira! Lo usaba para todo, incluso como retrete cuando no le daba la gana moverse ni para mear.
Dani no tenía más derechos para su amo que el de no molestarlo si no estaba de humor para que se la chupase o darle por el culo.


El señor dijo que Dani se desnudase y que Raúl le mostrase lo bien que tragaba su esclavo por el culo, metiéndole una amplia colección de dildos y conos de látex que el tío trajo a la sala en una bolsa de deportes.
Puso un bote de crema sobre una mesa baja de cristal y Raúl principió la penetración del culo de su puta con un consolador negro de bastantes centímetros de largo y suficientemente gordo como para que el esfínter del chico se resistiese a engullir semejante tarugo.
Pero con más crema y media docena de azotes, sonoros y con toda la mala baba del mundo, el ano de Dani fue admitiendo el pollón de goma hasta que los falsos cojones en que terminaba el dildo se pegaron a su ojete, que entraba y salía hacia fuera con los movimientos de vaivén que Raúl le imprimía al juguete.

Los probó todos, incluso uno descomunal que casi le raja el ojo del culo a base de que su amo forzase para clavarle aquel ariete idóneo para derribar murallas más que para follar culos de críos todavía tiernos.
Y después de la exhibición, el cliente le ordenó a Raúl que también se quedase en bolas y luciese su espléndida anatomía ante él.
A Raúl le daba reparo mostrarse como le obligaba a hacer a su esclavo, pero aquel tío les iba pagar una pasta gansa por esa noche, así que no se lo pensó dos veces y se puso en pelotas agarrándose el cipote, que ya estaba duro como una estaca de tanto meter cosas por el culo de Dani.



El señor lo miró, admitiendo con la cabeza que realmente era un ejemplar admirable, y sacándose el nabo por la bragueta empezó a masturbarse.
Raúl estaba cortado por servir de objeto erótico como si fuese una tía buena de las que se ven en los calendarios que llevan los camioneros, pero el que paga manda y al tío le ponía ver el cuerpo del muchacho y su miembro viril crecido y tieso como una vela con el capullo encendido como si fuese la llama.

Y una vez que aquel tío se corrió, le dijo a Raúl que le zurrase a su zorra con una fusta, que tenía el fulano escondida en un lateral del sillón.
Y como si mentalmente el chaval repitiese “tus deseos son órdenes”, fusta en mano agarró a Dani por una oreja y lo tiró de bruces contra el sofá y le descargó en ambas nalgas una serie de azotes que pronto le dejaron las carnes maceradas otra vez.

Y cuando el señor dijo basta, Raúl aún le dio un par de golpes más todavía más fuertes como remate. “Y ahora, fóllatelo y llénale la barriga de semen. Quiero que lo preñes como a una puta perra. A cuatro patas y que el destroces el coño como un buen macho. Demuéstrame lo que vales y si eres un hombre de verdad... Dale por culo a esa puta basura y enséñale quien es su chulo... Jódelo vivo, cabrón! Que para eso te pago. Gánate el dinero si quieres cobrarlo, chulo de mierda!” Gritaba el cliente, salido de madre.

Raúl estaba alucinado y boquiabierto ante la reacción de aquel tío, que parecía tan tranquilo y moderado, pero ni se atrevió a replicar, ni a mirarle a la cara, y enganchó a Dani por las caderas y se pusieron a follar como perros sobre la alfombra.
El fulano volvía a machacarse el rabo y azuzaba a Raúl animándolo como si fuese un semental cubriendo a una hembra en un establo.

Y en el punto álgido de su excitación, se levantó del asiento y con la fusta le atizó dos trallazos al culo de Raúl que le provocaron un repentino y brutal orgasmo.

Dani estaba empalmado, pero su pene se limitaba a babear solamente, mientras dejaba salir el esperma de Raúl por el ano.
Durante el trabajo no le permitía su dueño correrse, so pena de ser machacado aún más de lo que ya estaba.
Raúl quedó desinflado y avergonzado por haberse corrido tan rápido y, encima, a causa de los dos fustazos que el cliente le había pegado en sus nalgas, que enseñaban dos rayas coloradas de lado a lado.
Pero el pago fue más generoso de lo acordado y recibió otro tanto por el escozor que llevaba bajo los pantalones.

Volvieron al hotel con el bolsillo de Raúl lleno y su dignidad de macho por el suelo, pero se consoló rápido contando la pasta y arreando un par de tortazos en la cara de su esclavo, porque él era muy hombre y, además, porque le salía de la pelotas.

Con aquella chapa y algún trabajito más de su puta, sin duda Raúl se montaría en el dólar fácilmente.
Y ahora sólo le preocupaba como gastárselo dándose un homenaje que bien merecido lo tenía después de que le zurrasen el culo por culpa de esa mierda de zorra que ponía cachondos a los tíos hasta sacarlos de quicio.

Y mirando a Dani, le atizó otros dos castañazos en la boca.

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