9/29/2012

Capítulo 44 / El potrillo


A la entrada de las caballerizas lo esperaban Raúl con el potrillo y algo más atrás Ivan miraba al chiquillo y fijaba la vista en el precioso culo que iba a ser desvirgado por el amo.

José miró a sus esclavos pero sus ojos sólo se centraron en el joven que durante dos años había ordeñado todas las tardes, acariciándolo y dándole el único contacto afectivo que sintiera el chico en toda su vida, tan a estrenar todavía como su propio ano.

El muchacho no había recibido otro cariño que el de José, abrazando su cuerpo y librándolo un rato cada día del encierro de su pene para masturbarlo y vaciarle los adolescentes huevos que le colgaban bajo la polla.

Jar, tan sólo con mirar a su amo le mostraba con sus profundos ojos oscuros el agradecimiento y el sentimiento que sin saber el chico que era amor, nacía en su corazón hacia aquel hombre grande y fuerte que era su amo.
Y aunque a veces le pegase en el culo, la mayor parte del tiempo que pasaba a su lado era tan amable con él, que la mayor ilusión del muchacho era ver cada tarde a su dueño.

El chico no sabía de la vida más que cuanto leía en los libros, obedeciendo a su amo, y aquello que veía hacer a los caballos con quienes pasaba el resto del día y se contaban sus cuitas mutuamente.
Porque Jar no sólo hablaba con ellos, sino que los entendía y ellos sabían cuales eran sus temores y sus deseos; y él que cosas les hacía a ellos temblar o sentirse tranquilos.
En realidad era un potrillo más de la yeguada, pero sin pelo que cubriese su piel y de una belleza diferente a la de esos animales y mucho más atractiva y sugerente para ser montado por su amo.

Los resquemores de Dani no eran infundados ni sufría banalmente con sólo oír el nombre del mocito que cepillaba la yeguada del amo.
Dani todavía era muy joven y cada día se ponía más guapo y más bueno, provocando tan sólo con moverse a cuanto macho le mirase el culo.
Pero Jar, además de bello y jovencísimo, era exótico por su color y sus rasgos entre dos razas, cuya mezcla había salido perfecta.
Cara, cuerpo, culo, patas, todo era bonito en aquel muchacho, que desde varios meses atrás ya le quitaba el sueño a Dani y le perturbaba la paz de una espléndida existencia junto al macho que no sólo era su dueño, sino también el amor de su vida.
Y eso no estaba dispuesto a perderlo ni tan siquiera a ceder un ápice del espacio que ocupaba en el corazón de su señor.
Puesto que Dani sabía que José lo amaba, quizás más que a Raúl.
Y aunque fuesen iguales los afectos del amo hacia sus dos esclavos preferidos, a Dani no le importaba pues quería a Raúl con toda su alma y era el otro macho que lo llenaba de leche y placer en compañía de su dueño.

La diferencia entre Dani y Raúl estaba en que éste era menos celoso y sobre todo podía comprender mejor la afición del amo a perforar un buen culo y cubrir a una puta perra hasta preñarla, porque a él le pasaba lo mismo, aunque solamente pudiese hacerlo si se lo permitía su amo.
Y si pudiese elegir entre dar a otro por culo o recibir dentro del suyo la verga de su señor, no había duda que le faltaría tiempo para abrirse de patas y suplicarle a José que lo empalase hasta el fondo y le vertiese leche en sus tripas hasta que le saliese por los ojos.
De todos modos tanto para el amo como para Raúl metérsela a una zorra no tenía nada que ver con el amor y solamente se debía a su condición de machos y al vicio y lujuria que les hinchaba los cojones y les endurecía la polla al ver a una buena perra meneando los cuartos traseros, excitándolos para joderla hasta que les saliese impúdicamente por el capullo chorros de leche y lascivia.

El amo pasó un brazo por los hombros del potrillo y dijo: “Veo que lo habéis cepillado y lustrado para mí”.
“Sí, amo”, respondió Raúl y añadió: “Ivan y yo lo hemos lavado con agua fría y frotado con toallas nuevas para que su carne esté más dura y la piel más tersa y suave para ti, amo... Pero no hemos podido limpiar su interior porque sólo tú tienes la llave para dejar libre la entrada...Tampoco lo hemos perfumado, porque su olor natural es el mejor aroma para un olfato como el tuyo, señor”.
“Así está bien, Raúl”, dijo el amo.
Y prosiguió hablándole al potrillo: “Ven, Jar. Ya es hora de que te libere de ese artilugio. A partir de este instante tu pene será libre para empalmarse cuando te excites. Pero no abuses y lo toques constantemente para masturbarte, porque eso sólo podrás hacerlo si yo lo quiero. Sé que eres muy joven y tus hormonas están revolucionadas todo el día y te saldrá la leche de tus pelotas aun sin pretenderlo ni acariciarte el cuerpo o el pene. Sobre todo por la noche o antes de despertarte cada mañana. Pero soy comprensivo y no te castigaré por ello si no eres tú quien lo provoca... Y ahora, en cuanto te quite esto, échate de bruces sobre mis rodillas, como cuando te azoto el culo, pero no será para zurrarte y dejártelo rojo y caliente. Voy a facilitarte la penetración de mi verga en tu cuerpo, preparándote para que aunque te duela al principio, termines por sentir placer y llegues a necesitar que te llene la barriga de leche y me succiones la polla con el ano como lo hacía tu boca con el seno de tu madre para alimentarte, cuando tan sólo eras un pequeño mamón acunado en sus pechos”.

José separó las nalgas del crío y su pequeño ojete se dejó ver, apretado y de color café más oscuro.
Era tan redondo y tierno que daban ganas de comérselo de un solo bocado.
Y el amo lo acarició impregnándolo con su saliva y fue abriéndolo con las yemas de los dedos para ver su rosado interior que rezumaba vida y latía esperando algo que ni siquiera podía concebir todavía.
Aún no era consciente de lo que significaba el placer y ya todo su cuerpo temblaba de pasión, destapando las esencias de la lujuria, al punto que hasta los garañones de la yeguada pateaban nerviosos el suelo de sus cuadras totalmente excitados.

El amo escupió en el agujero, que sólo sabía expulsar pero no tragar, y presionó con el índice hasta obligarle a ceder y admitir la entrada de su carne.
El chico se quejó y se estremeció sobre las piernas del amo levantando el vientre y José sacó la punta del dedo que le había metido.

El crío volvió la cara hacia su dueño y éste lo tranquilizó tocándole la mejilla, pero volvió a escupirle dos veces en el ojete y empujó de nuevo hasta hundirle medio dedo con menos esfuerzo.
Jar se puso rígido otra vez y quiso apagar un grito cerrando la boca y apretando los dientes, pero el amo sacó una vez más el dedo de culo del chaval y volvió a acariciarle la cabeza.

Las pelotas de José reventaban y le dolía la polla dentro de los pantalones de tan dura y gorda que la tenía.
Empalme que no disimulaban sus otros dos esclavos y ni siquiera el potrillo que rozaba su pene contra las piernas del amo.

José dejó caer más saliva en el ano del chico y con decisión le metió dentro del culo el dedo entero.
Jar chilló y apretó las nalgas, pero el amo no retrocedió en su empeño y mantuvo ensartado con su dedo al muchacho, diciéndole: “Jar, respira hondo y tranquilízate. No te va a pasar nada malo y verás como pronto no te dolerá que mi dedo esté dentro de ti... Así. Afloja las cachas y levanta un poco el culo... Eso es, pequeño... Relájate y sólo piensa que lo que sientes es mi placer”.


El potrillo aún se quejaba, pero casi parecía un gemido y el amo movió el dedo hacia fuera pero lo clavó nuevamente despacio y apretando más para llegar más adentro. Repitió la maniobra cinco o seis veces y el muchacho sólo gemía cada vez más fuerte y respiraba agitado como si un relámpago recorriese el centro de su espalda desde el cerebro hasta el ojo del culo.

Y al sentir la caricia del dedo de José dos veces más, le pringó los pantalones de leche a su dueño, entre estertores y gemidos que sólo un orgasmo intenso puede arrancar.
Y empezó a llorar como si el mundo se hundiese bajo sus pies, porque aún sin saber del todo para que le hacía el amo esas caricias dentro del culo, algo le decía que no era sólo eso lo que deseaba su dueño.

José lo levantó y sentándolo en sus rodillas lo abrazó y lo consoló besándolo y enjugando sus lágrimas.
Y le dijo: “Vamos, Jar. No llores. Tenías demasiado presión y eso es lo que te ocurrió. Tus bolitas no aguantaron más y se vaciaron. Pero pronto se llenaran otra vez. Ademas, fíjate. Tu polla sigue tiesa, pero pringosa... Me has puesto perdido los pantalones”.
“Perdón, amo... Perdón”, decía el chiquillo entre hipos y lloros.
Y José lo apretó contra el pecho y esperó a que se calmase y dejase de soltar lágrimas.

Raúl e Ivan tenían una calentura que le salía por las fosas nasales como respiración profunda y agitada.
Y el amo dijo: “Mira, Jar. Mientras yo juego con tu polla, fíjate bien en lo que va a hacerle Raúl a Ivan... Raúl, móntalo y fóllatelo como tu sabes... Y que te la mame primero para que el chico vea como se hace... Ivan quiero ver una buena mamada y que pongas el culo para que te cubra Raúl, procurando dejar a la perra preñada... Desnudaros del todo y mámasela de pie y doblado ante la verga de ese macho para que luego también te la meta a dos patas y abriéndote bien el culo con las manos. El chico tiene que ver como se clava una polla hasta el fondo y le deja a la zorra el coño escocido... Empezar ya... Y tú mi pequeño potrillo no te pierdas ni un solo detalle. Es lo mismo que cuando el semental se sube al lomo de la yegua que está madura y le mete su enorme verga por detrás”.

Y eso si sabía el chico como era y el dolor que se le ponía en las bolas y su polla cautiva al ver como el macho empujaba con las ancas su vergazo para fecundar a la hembra, que once meses más tarde solía parir un potrillo patilargo, que sólo quería mamar de su madre a todas horas.

Y empezó el espectáculo, puesto que si algo hacía bien Raúl era hacer gozar a su dueño cuando se la clavaba por el culo y follar a una perra caliente como una sartén con aceite hirviendo.
E Ivan era un experto poniendo el trasero ante la polla de un buen macho.
Y el polvazo prometía ser contado en el libro de las maravillas a tenor de lo cachondos que estaban los dos esclavos.

Jar quedó asombrado al ver la verga de Raúl al descubierto y se pasmó cuando aquello le entraba en al boca del otro totalmente sin que se atragantara.
Ivan se la mamó como la mejor potranca hambrienta y al darse la vuelta y dejar el culo a merced de semejante tranca, el chico miró a su amo incrédulo que toda esa carne pudiese meterse dentro del otro.
Y vaya si se metió!
Y a la primera y haciendo tope con las pelotas!

 
El amo le tocaba ligeramente el pene al chaval, pero al ver su dureza y como crecía viendo como Raúl le daba por el culo a Ivan, José dejó de tocársela y impidió que lo hiciese el muchacho al pretender sobársela por su cuenta.
Pero era demasiado difícil poder contenerse teniendo a una criatura tan deliciosa y apetecible sobre las piernas y el amo lo levantó y lo agarró por detrás sujetándole las caderas.

Y Jar, ensimismado en la follada de los otros dos, notó un delicioso y húmedo gusto en el esfínter que instintivamente le sugirió que se inclinase hacia delante y se abriese lo más posible para gozar de algo suave y mojado que le entraba y salía por el ano.

José tenía la nariz empotrada en la raja del culo del chaval y le metía la lengua cada vez más a fondo, apretando contra su cara los glúteos de crío.

Y se volvió a correr el potrillo antes de que lo hiciesen los dos que follaban a destajo por orden de su señor.

Y ahora sí que fue un mar de lágrimas su llanto porque ya entendía que es lo que deseaba hacerle su amo y no podía dejar sin leche los huevos si él no se lo ordenaba.

Raúl siguió dándole caña a Ivan, a pesar de los lloros y lamentos del chico pidiendo más perdón a su amo, y cuando ya se había ido la leche de la perra al suelo, la preñó con tres andanadas de semen que le produjeron un fuerte retortijón de barriga y tuvo que ir al retrete corriendo.

 Raúl se quedó mirando al amo, temiendo su reacción contra el potrillo, pero José tuvo mucha paciencia y no quiso violar a una pieza tan preciosa ni tan tierna.

Así que le dio más mimos y le apoyó la cabeza en su pecho para que lagrimease a gusto el muchacho, que parecía que le almidonaran la polla porque ni con la segunda lechada se le bajaba un palmo.

La verga del amo estallaba de lívido y tensión, pero no quiso satisfacerse de cualquier modo.


Esa tarde su semen tenía que ser para el potrillo y quería reservarlo en sus cojones bien calentito.

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