9/18/2012

Capítulo 41 / La Luna


Era una noche clara y serena y el amo quiso usar a sus esclavos al resplandor de la luna llena.
Desnudos en una amplia terraza, los chicos simulaban ser de metal bruñido, tirando a plata el más joven y el otro, el más fuerte, era como el titanio.
Los dos chicos acababan de lavarse el uno al otro y después, los dos juntos bañaron a su amo, enjabonándolo sin apretar su carne, casi rozándolo solamente con la espuma del jabón.
Los dos esclavos se turnaban para limpiar y enjuagar las partes del cuerpo de su dios como en una ceremonia de suprema adoración y postración ante el poderoso hacedor de su mundo que les permitía la existencia a su lado.

En silencio iban enjugando el cuerpo del amo absorbiendo la humedad con blancas toallas de hilo, besando cada parcela de piel para secar con los labios el menor resquicio de agua que pudiera quedar en ella.
De rodillas a los pies del amo terminaron el ritual pegando sus frentes al suelo aguardando con devoción el deseo de su señor.
Y saliendo a la terraza, bajo el brillo de la luna, el amo hablo despacio y serenamente y les ordenó volver a empezar el rito.

Pero ahora quería ser bañado con la saliva de sus esclavos y que sólo tocasen su piel con la lengua.
Tenían que volver a recorrer el cuerpo adorado de su dueño, por delante y por detrás, desde los pies a la cabeza, acariciándolo nada más y profundizando en sus cavidades y recodos para una mayor limpieza de la potente anatomía de aquel ser superior que los dominaba cono sólo mirarlos desde lo alto de su grandiosa dignidad.

Ambos esclavos querían atender los genitales de su amo, pero éste ordenó que lo hiciese Dani y que Raúl se centrase en la raja del culo y el ano de su señor.
Dani, en la profundidad de su alma, lo consideró un privilegio y un regalo que su amo le hacía por haberle dado tanto placer con el culo esa tarde y sonrió satisfecho mirando a su compañero, que no quiso ni dirigirle una mirada para no mostrarle la envidia que sentía por no ser él quien dedicase sus cuidados a los cojones y a la verga de su amado dueño.

 
Hubieran seguido toda la noche y el día entero si el amo no les dijese que ya era suficiente y que se dispusiesen a servirlo de otro manera.
Ellos se postraron nuevamente besando el suelo ante el imponente amo y éste levantó a Raúl del suelo y le ordenó que poniéndose frente a Dani, le sujetase la cabeza entre sus muslos, a modo de yugo, y le cruzase las manos a la espalda agarrándolas con fuerza para que el crío no se menease.

Raúl se convirtió para Dani en un cepo de carne y hueso y el chaval, de rodillas estaba sujeto como una res para que la herrasen.
 Pero no era para eso, sino para sustituir el castigo de azotes por otro mucho más doloroso para el chico.
El amo le dijo a Raúl que le separase las nalgas a Dani y dejase a la vista su esfínter.
Y con una vela encendida, el amo dejó que gotease la cera ardiendo por el borde del ano del chaval e incluso sobre la sonrosada mucosa de su interior, de tal modo y desde tan cerca que la fina piel y la tierna y rosada carne del chico se quemaba produciéndole un terrible dolor que intentaba paliar el muchacho con quejidos y ayes lastimeros.

Raúl miraba con horror como el agujero del culo de Dani se cubría de cera y al levantarla el amo para gotear más cera en el mismo sitio, lo veía enrojecido y como iba quedando en carne viva al levantarse la piel.

Después de sucesivas capas de cera, arrancadas al quedarse dura y reponiendo una nueva que quemase más el ojete del chaval, el amo retiró al última y clavó violentamente su verga en el llagado orificio obligando al esclavo a lanzar un alarido que hizo palidecer a la misma luna.

A Raúl le costó trabajo sujetar a Dani y tuvo que aplicar todo su fuerza para mantenerlo quieto mientras el amo lo penetraba hundiendo en el culo del muchacho su enorme polla, hinchada por la sangre que la hacía latir de excitación y lujuria desenfrenada.
Dani no sólo lloraba sino que le salían los mocos por la nariz y el dolor era tan intenso que su mente se defendía intentando perder el conocimiento y evitar el sufrimiento que recorría el sistema nervioso del chico dese el ano al cerebro, volviendo en rugidos desesperados el murmullo de las olas sobre la playa.

Dani no podría describir que era más fuerte si el dolor de su carne quemada o el duro roce del recio cipote del amo dentro de su recto, rascando continuamente el esfínter desollado y en carne viva del chaval.
Su cuerpo era un escalofrío indefinido que no cesaba de electrizar su médula espinal dejándolo sin resuello y ahogándole de puro dolor sus gritos en la garganta.

El amo seguía jodiendo al esclavo como un toro encelado que enviste ciego buscando herir la osada figura que le provoca.
Y el crío, aún en su martirio, estaba excitado y su pene segregaba precum goteando sin parar sobre el terrazo.
Raúl miraba la cara del José con los ojos desorbitados y se asustaba al verla con el gesto duro y los ojos encendidos de lascivia y ansia por lastimar y hacer padecer a Dani, como si el creciente aguijonazo de dolor del esclavo le sirviese al amo para incrementar el éxtasis y la intensidad de su orgasmo.

Y Raúl notó también que su polla se endurecía y sus huevos se llenaban de semen reclamando soltarlo, pero ni podía tocársela, ni se atrevería nunca a ofender a su dios sólo con pensar en gozar un ápice viendo el placer que le provocaba a su dueño el sufrimiento que Dani aguantaba dolorosamente excitado al ser usado por su amo.

La polla de José perforaba el culo de Dani, calándolo hasta el fondo como se hace con un melón para saber si está maduro.
Pero la exquisita fruta que deleitaba José estaba en su punto, puesto que previamente la había flambeado convenientemente para darle mejor gusto a su refinado paladar.
Y eso logró un estrepitoso y glorioso orgasmo del amo que eyaculó dentro de su esclavo colmándole el vientre con unos chorros de leche caliente y de gran cuerpo y consistencia.

Las chorras de los dos esclavos babeaban al unísono, pero ninguno osó permitirse el lujo de correrse ni antes ni con el amo, por si les caían unas hostias de las que hacen historia y se recuerdan de por vida.
El amo sacó del culo del esclavo su cipote aún gordo y tieso y le ordenó al otro siervo que se la clavase con la misma violencia que lo había hecho él.
Para lo cual fue el amo quien apresó la cabeza de Dani entre sus piernas y le separó otra vez los glúteos para que Raúl lo follase con todas las ganas con que normalmente un chaval, que aún no ha cumplido los veinte, le endiña un polvo a otro, cuyo culo lo pone burro, cuando tiene los cojones a punto de estallar y le babea el capullo como un grifo mal cerrado.

Dani resistió peor al embestida de Raúl puesto que su ano ya estaba muy dañado y su cuerpo no era ya el objeto del placer para su amo, lo que hizo que su pene perdiese su dureza y declinase hasta apuntar al suelo con el capullo.
Su dueño no gozaba con su sacrificio ya que sólo lo castigaba a seguir sufriendo el dolor de otra polla que le destrozaba más todavía el ojo del culo y la entrada del recto. Pero no rechistó ni se quejó y Raúl le metió caña con su tranca hasta que también le dejó repletas de semen las tripas, chorreándolo luego por el sangrante agujero abierto y vacío de otra cosa que no fuese esperma.

El amo esperó a que el cuerpo de Dani soltase todo la savia que le habían metido, y le mandó a Raúl que limpiase el culo del chico con cuidado. José lo tomó en sus brazos y lo acostó sobre la cama boca a bajo, separándole las piernas despacio, y él mismo le aplicó suavemente pomada en el esfínter para aliviar y desinfectar la quemadura.

Y le dijo: “Nuca vuelvas a intentar provocarme para usarte cuando temas que puedo desear metérsela a otro. Si no follé al mulato es porque no me apetecía hacerlo y tus artes de zorra no han sido las que lograron que no se la clavase en el culo”.

A Dani apenas le salía la voz, pero suplicó el perdón a su amo, aún pensando que si volviese a verse en el mismo trance, haría lo mismo para que su dios no usase otros culos que los de sus esclavos.

Entonces Raúl pidió permiso a su dueño para hablar y éste se lo concedió: “Amo, perdona por atreverme a decirte que Dani es más valiente que yo porque, sabiendo que podrías castigarle, luchó contra el mulato para atraerte y lograr que nosotros seamos quienes te sirvan, sobre todo como tus putas para complacer y satisfacer tu sexo. Yo hubiese querido hacer lo mismo pero no me atreví por miedo a enfadarte y al castigo que hubiese recibido por ello. Pero envidio a Dani por lo que hizo y merezco el mismo castigo que él aunque te suplico perdón tan sólo por pensarlo y desearlo”.

José miró a sus esclavos y añadió: “Tengo en cuenta lo que dices, Raúl, y por eso el castigo de Dani no ha sido más cruel. Y a ti te azotaré no por desear lo mismo, sino por no hacer lo que tu corazón te gritaba, más cuando el amor a tu amo debió darte el valor necesario para tener más arrojo en la lucha. Te daré cincuenta correazos en el culo antes de dormir”.
“Gracias amo”, respondió el chico.
Y el amo prosiguió diciendo: “Si sois mis esclavos es porque a parte de gustarme y atraerme vuestro cuerpo os quiero y por eso soy vuestro dueño y me pertenecéis, pero no como simples objetos sino como dos seres que son parte inseparable de mi propia vida. Dani, te dije que te azotaría por zorra, pero eso no da resultado contigo. A ti te duele el miedo a la soledad y te hace sufrir el desapego de tu amo. Pero ese es un castigo demasiado severo para la falta cometida esta vez. Y si una zurra hubiese sido un premio para ti, follarte con el ano quemado y herido fue un martirio aunque al hacértelo yo, eso te excitase casi hasta llegar a correrte motivado por tu orgasmo mental. Pero ya no se te puso dura al darte por el culo Raúl y esa fue la verdadera penitencia a tu descaro y tu puterío. Seguro que durante la noche te empalmarás recordándolo dormido y me mancharás de leche, pero no importa porque también es mía. Dani, te quiero demasiado para dañarte sin que a mí mismo me duela también, pero lo haré siempre que sea necesario... Y ahora ponte en pie y sujeta las manos de Raúl para brearle el culo con la correa”.


Dani agarró por ambas manos al otro esclavo y éste se dobló ofreciendo las nalgas a su amo para que descargase con toda su fuerza los correazos que merecía y que soportó sin un quejido ni el menor movimiento para zafarse de uno solo de los zurriagazos que le atizaba.

Al terminar de zurrar al esclavo, el amo también le untó las nalgas con bálsamo y dijo: “Vamos a dormir los tres juntos y os abrazaré y besaré hasta que el dolor se alivie y nos deje dormir... Y tú, Dani, besa a tu compañero y pensar en que siempre que lo merezcáis os alcanzará un castigo a vuestra medida”.

Los tres se acosaron, situándose los esclavos a cada lado de su amo, y José susurró: “Arrímate más a mi, Raúl, que quiero sentiros muy cerca esta noche en la que la luna es tan hermosa y su luz os hace aún más bellos”.

 La calma siempre sigue al mal viento y con ella los dos esclavos quedaron tranquilos aferrados al cuerpo de su amo y protegidos por su comprensión y su amor.
El rumor del mar los adormecía y los refrescaba la ligera brisa que entraba en el cuarto soplada por la luna.

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