9/26/2012

Capítulo 43 / El tiempo


Cuando se vive a gusto, los días y los meses vuelan y pronto te das cuenta que han pasado demasiado deprisa y no te percatas que a tu alrededor cambian las cosas y lo seres de tu entorno también crecen y se hacen algo más grandes y fuertes, tanto por sus músculos como por su espíritu recio y disciplinado.


Y eso era lo que José recapacitaba sentado en el porche de su casa mientras Raúl descansaba tumbado a sus pies y Dani, incansable, seguía ordenando papeles y cuadrando cuentas, puesto que era quién se ocupaba de la mayoría de los asuntos relacionados con la administración del negocio de su amo.

Ya era primavera y a media tarde el jardín era una fiesta de perfumes y trinos de pájaros, que en vano intentaba boicotear desde lejos el ladrido de algún perro de los alrededores de la finca.
Entre semana todo era tranquilidad y José disfrutaba la calma y el sereno aislamiento en medio del campo con sus esclavos y protegido por el tupido bosque que privaba de miradas indiscretas su propiedad.

Aún era miércoles, pero el viernes por la tarde empezarían a llegar los clientes para gozar de sus propios esclavos o usar alguno de los que les procuraba José para darles tales servicios.
También podía darse el caso de que un hombre acaudalado quisiese ser sometido por un macho y para esas eventualidades José disponía de una lista de dominantes que diesen servicio a los visitantes de la casa, tan nutrida como la de sumisos para deleitar al amo más exigente.

 Unos y otros llegarían entre el viernes y el sábado, para permanecer hasta el domingo o el lunes, alojados en la finca conforme al rol que buscasen o como deseasen pasar un fin de semana usando esclavos o, por el contrario, siendo sometidos por amos experimentados según lo acordado de antemano.
 
El negocio funcionaba mejor de lo previsto y las cuentas bancarias de José se inflaban sin cesar semana tras semana.
Era lógico que así fuese, dado que el costo de la mano de obra se limitaba a su alimentación y mantenimiento de la salud para que fueses más productivos y eficaces.
Por tanto los gastos de explotación se reducían mucho y los precios de los servicios prestados eran carísimos.
La rentabilidad del hotel era muy alta aunque sólo hubiese diez alojamientos, lujosamente decorados y totalmente diferentes unos de otros, compuestos por un buen dormitorio, una gran sala y un espléndido baño.

Había también zonas comunes, tales como salones de estar y juegos de mesa y billar, biblioteca, baño de vapor, sauna, spa, gimnasio, masajistas, cabinas bronceadoras y un amplio etcétera.

En los sótanos del palacete se construyeron mazmorras y perreras para los animales humanos que trajesen los clientes y no quisiesen tenerlos en sus habitaciones.


Y también se prepararon diferentes cámaras de tortura y se excavó un gran sótano que se acondicionó y decoró para sala de subastas, otras ceremonias y orgías.

En el exterior se hicieron pistas de tenis, una piscina que parecía un lago, y hasta podían disponer de pistas para practicar diferentes deportes al aire libre o correr por los prados y el bosque que circundaba la mansión.
Los clientes aficionados a la equitación contaban con una estupenda yeguada para montar simplemente u organizar cacerías de zorro a la inglesa por la finca.
Pero persiguiendo a caballo a una zorra que huye a dos patas y no tiene un rabo largo y precioso de color fuego, sino unas nalgas estupendas y un agujero entre ellas capaz de albergar los rabos que quieran meterle.
Por supuesto también se la acosa con perros, que incluso la muerden para acorralarla, pero estos animales también se sostienen y corren veloces tan solo con las patas traseras y a todos se les enjaula el rabo para que no monten a la zorra e intenten preñarla antes de que lleguen los amos al galope.

Es un deporte de caballeros y el que antes se hace con la presa, tiene el privilegio de decidir su destino.
Y ese puede ser que la usen allí mismo los amos, como mejor les parezca, o dejársela a los perros para que la cubran y jueguen con ella ante la mirada complaciente de los señores.
Una u otra decisión suele depender de como se porte la zorra durante su caza.

La plantilla de esclavos propiedad de José destinados a los diversos servicios y tareas, ya fuesen de limpieza, cocina y demás oficios necesarios para temer todo al máximo nivel, era de treinta individuos entre dieciocho y cuarenta y cinco años, todos bien elegidos y adiestrados para el uso más adecuado según sus características y condiciones físicas.

A mayores estaban sus dos esclavos e Ivan, como ayudante de Dani en sus muchos quehaceres, y un potrillo mestizo, llamado Jar, que hacía dos años se lo regalara a José un cliente muy poderoso y rico, asiduo del establecimiento y siempre acompañado por un par de esclavos al menos, anillados por la nariz, que solía tenerlos unidos con una cadena como si fuesen una yunta de bueyes.

El joven había nacido de una pareja mixta de esclavos del señor y éste lo separó de su madre en cuanto lo destetó y lo mantuvo sin contacto ni conocimiento carnal de ningún tipo hasta que llegado a la adolescencia decidiese que hacer con la cría.
Y al cumplir los dieciséis años pensó que lo mejor era conservarlo intacto para venderlo o ofrecérselo a un amigo especial como regalo.


Y el distinguido con esa muestra de afecto por parte del gran señor, dueño del muchacho, fue José.
Y, hasta el momento, nunca había sido montado todavía, puesto que José consideraba que aún era demasiado joven para usarlo.
Así que desde entonces solamente estudiaba las materias indicadas por su nuevo amo y cepillaba los caballos de la yeguada, permaneciendo virgen y a salvo de cualquier otro macho o zorra que pretendiese tocarlo con intenciones sexuales.

 El chico llevaba puesto un cinturón de castidad, de plástico rígido y duro, que tapaba su ano sin penetrarlo y enjaulaba su pene tanto de día como por la noche.
Y cuya llave tenía José y sólo él lo liberaba cada tarde cuando iba a inspeccionar las caballerizas, con el fin de que defecase tranquilamente.
Y acto seguido lo ordeñaba para aliviarle la calentura permanente que padecía el crío, dándole a beber después la misma leche que le extraía para volver a reponerse así de la que manaba por su capullo.

Era un bonito ejemplar con buenas ancas y fuertes trancos y una cara guapa y sonriente, en cuyos ojos grandes y negros se leía el deseo de ser poseído por el amo que cada atardecer lo visitaba junto a los caballos y yeguas a quienes hablaba el muchacho mientras los acariciaba y les brillaba el pelo y las crines con sus cepillos.

Todos los esclavos descansaban en dormitorios comunes de cinco camas, con un baño único con duchas y letrinas, como el de un cuartel, dentro de unos galpones levantados cerca de la casona, pero disimulados tras una tupida hilera de arrayanes.
A excepción de Ivan que compartía con Jar un cuarto con baño en un anexo adosado al palacete y de acceso restringido, donde estaba la vivienda de José y sus dos esclavos, pero apartados de la habitación que compartían Dani y Raúl cuando uno o los dos no dormían con su amo durante toda la noche.
De este modo el crío estaba acompañado y no sentía tanta soledad aunque sólo fuese por la noche.
Y también Ivan tenía la misión expresa de vigilar al chico y advertir de su estado de salud tanto física como psíquica.

De todos modos Jar era un chaval alegre y simpático que se hacía querer por todos los de la casa, con la única salvedad de Dani, al que el chico le hacía la gracia justa para disimular ante el amo sus eternos celos y el temor a que su amo se encaprichase de más culos que el suyo y el de Raúl.
Sin embargo éste le había cogido mucho cariño al chavalillo y le daba golosinas cuando le era posible.

Pero para el otro, Jar suponía un peligro inminente cada día, cada mes y cada año que pasaba, porque tenía que llegar el momento en que el amo decidiese que hacer con el muchacho.
Y era una golosina demasiado apetitosa para privarse de probarla al menos, como hacía con otros esclavos sin mayores consecuencias.

Pero, en este caso, Dani estaba seguro que si José cataba a ese chiquillo, en la cama de su dueño habría otro más con el que compartir esa verga por la que perdían el sentido tanto Raúl como él.
Un culo más, supondría varios polvos y mamadas menos para él y el compañero con el que servía a su señor desde hacía algunos años.
Y los azotes ya los compartían con el crío porque al amo le encantaba el culo del chaval y a la mínima lo ponía sobre sus rodillas o lo enganchaba bajo un brazo y le atizaba una azotaina con su terrible mano derecha, que le dejaba el culo como una breva que con sólo tocarla se abre de madura por el calor del sol.

Luego el chiquillo no podía sentarse en horas y permanecía de pie llorando agarrado al cuello de uno de sus animales favoritos, que sin duda lo consolaban y comprendían el dolor y la pena del muchacho.
Y Jar, aunque le cayesen las lágrimas, agradecía que su amo le tocase y le dejase sentir el calor de su cuerpo viril pegado a su piel y notar como la polla de su dueño crecía al azotarlo, a pesar que la suya no pudiese vencer el rigor y rigidez de la jaula que la apresaba manteniéndola doblada hacia el suelo soltando baba.

Y de eso también era consciente Dani, puesto que cada tarde, al volver el amo de las cuadras, echaba mano de Raúl o de él y sin mediar palabra los doblaba en donde estuviesen y se la calzaba por el culo después de obligarles a lubricársela con la boca.
Les metía un polvo soberano, cargado de rabia por el autocontrol que le suponía no trincarle el culo a Jar de una puta vez y romperle el ano para siempre.
Que es lo que estaba deseando el dueño de cuanto había en la casa y se sentía jodido por no hacerlo hasta que el chico fuese más mayorcito y pudiese soportar el peso de un jinete de su envergadura, sin desfallecer con el primer aguijonazo de su terrible espuela.

Por el ojete del chaval todavía no había entrado ni su propio dedo meñique y José temía partirlo en dos en cuanto lo clavase a fondo con un potente puyazo como hacía con los otros esclavos.
Y por eso a Dani se le había pasado advertirle al amo que el crío ya cumpliera los dieciocho años hacía tres días y sus patas y cachas ya eran suficientemente fuertes como para aguantar una cabalgada sin silla y sin brida.
Es decir, a pelo como le gustaba a José.
Y era cierto que el muchacho ya era un hombre bien formado y con músculos definidos, bajo su fina piel tostada y sedosa, aunque, por su aspecto y cara de niño, siguiese pareciendo un tierno adolescente sin vello en la cara ni en otra parte del cuerpo que no fuese encima del pene.

El amo acariciaba la cabeza de Raúl, jugando con el pelo, y de pronto dijo: “Dani, No hay más novedades que tengas que decirme?”
“No, amo”, contestó el esclavo.
Y el amo añadió: “Acércate”.
Dani obedeció al instante y se puso de rodillas al lado de su amo como siempre hacía si su dueño estaba sentado.
Y sin más, éste le metió una bofetada en la cara que lo tumbó de lado.

El chico se arrugó y miró al suelo temiendo lo peor, pero el amo le gritó: “Mírame”.
Dani levanto la cara de nuevo y recibió otro guantazo en el otro lado que lo hizo tambalearse otra vez.
De inmediato el muchacho se puso a llorar pidiendo perdón y el amo añadió: “En mi mente llevo grabada la fecha del cumpleaños de Jar y el número de días, meses y años que quise esperar para estrenarlo... Ahora vuelve a tus ocupaciones y no pretendas pasarte de listo. Y vete acostumbrándote a la idea de convivir con el muchacho del mismo modo que con este fiel esclavo que tengo a mis pies... Raúl, esta tarde me apetece cabalgar un rato. Ve delante y agarra por la brida al potro hasta que vaya a la cuadra a usarlo”.
“Amo, prefieres que te lo traiga?”, preguntó Raúl.
“No. Voy yo allí. Me gusta dar ese paseo todas las tardes. Los dos sabéis que me abre el apetito y vuelvo con nuevas fuerzas y necesitado de un potente desahogo... No es verdad, Dani?”
“Sí, amo”, respondió el afligido esclavo.
Y sus dedos se trabucaron sobre el teclado del ordenador al notar los de su dueño en su cuello y los labios que le besaban despacio la mejillas, justo donde antes recibiera dos hostiazos.
Y José le dijo al oído: “Eres una perra muy celosa y golosa. Pero aún no te has dado cuenta que siempre tendrás una parte de pastel más grande que los demás? Sé por que lo haces y cuanto me adoras. Mejor dicho, cuanto me amas. Y yo a ti, mi pequeño soldado. También amo a Raúl y eso lo entiendes. Y además he probado a todos los esclavos de esta casa y a más de uno varias veces y siempre te ha dejado frío tanto verlo como saberlo, ya que un esclavo no es quien para importarle donde la meta su amo. Y tú sólo eres eso. Un puto esclavo de mi propiedad. Y en cambio este potrillo si te altera y hace que tus celos y temores se disparen y pierdas los papeles y te salgas de madre. Y, lógicamente, tengo que zurrarte y castigarte... Por esta vez sólo te he dado unos bofetones, pero si vuelves a cabrearme te muelo a palos y te encierro en un sótano hasta que el miedo haga que te arrastres por el suelo como un gusano... Dani, tú siempre serás especial para mí... Ten presente eso y no dudes de ti mismo jamás, porque no hay motivo para ello. Aunque monte al potrillo ahora, esta noche también te cubriré a ti y dormirás conmigo. Bésame en la boca y no llores más”.
“Te quiero, mi amo”, dijo el esclavo.

2 comentarios:

  1. Joe, no me he leído partes anteriores, pero solo con esta creo que pillo bastante el hilo de la historia, suena muuy interesante, y creo que el próximo capítulo va a ser bueno.. a ver qué tal lo aguanta el chavalillo, y como reacciona Dani a los celos...
    Un saludo.

    Atte.:http://diariodeunperroladrador.blogspot.com.es/

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    1. Hola! que bueno que te guste! yo soy fan del Maestro Andreas, todas sus historias son muy buenas. Esta le quedan muy pocos capítulos, pero inmediatamente después vamos a publicar la tercera para del Conde Feroz.
      Tu blog también está muy bueno.
      Saludos

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