5/29/2012

Capítulo 7 / La decisión


Raúl andaba nervioso y no estaba seguro de que el capitán no tomase represalias contra él, dadas las sospechas fundadas, negarlo sería echarle mucho morro por su parte, y la cosa se había desmadrado demasiado para no hacer algo que contrarrestase el posible ataque del sulfurado oficial.

Y el joven soldado tomó una decisión. Podría haber optado por cambiarse de tienda y no volver a follarse a Dani, pero consideró que lo más seguro era librarse del capitán e intentar no perder al esclavo.
Al fin y al cabo nunca encontraría una tía tan sumisa ni tan dispuesta a hacer cuanto a él le saliese de los cojones.
Y si no tenía un par de peras, como a él le gustaba, pues a cambio le zurraría y le daría hostiazos hasta en la cédula de identificación militar, para compensar la falta de mamas donde poder agarrarse mientras enculaba a Dani.

Y sin pensarlo dos veces, en cuanto se presentó al comandante para el servicio, le espetó a su jefe la situación vejatoria de que era objeto su compañero de tienda por parte del oficial del que era su asistente.

El comandante frunció el ceño y miró fijamente a Raúl.
Se dio un paseo por el despacho, cabizbajo, y se asomó a la ventana agarrándose las manos sobre el culo.
Y dijo sin volverse hacia Raúl: “Es muy serio lo que me cuentas... Si llega a saberse lo que insinúas, podría costarle a tu compañero varios años en un castillo. Y a ti también. Estáis involucrando a un prestigioso militar, achacándole una conducta impropia de un oficial y que mancilla el honor del ejército”.
“Señor...”, quiso decir Raúl, pero el comandante, girándose hacia él, lo interrumpió: “No digas nada... Voy a confesarte dos cosas... Una, es que nunca me gusto ese jodido engreído, que va comiéndose el mundo luciendo sus medallas y heridas de guerra. Y la otra es que siempre sospeche que no era trigo limpio ese cabrón. Un soltero, al que nunca se le conoció una novia... Y siempre hubo habladurías sobre su conducta algo rara con los asistentes que tuvo a su servicio... Pero eso no quita para que sea viable formular contra él una acusación semejante. Es demasiado grave este asunto... No hables de esto con nadie y deja que piense una solución. Vete y vuelve más tarde. Ya veré como enfoco el problema de tu compañero. Raúl, para todo hay que tener un planteamiento y sobre todo establecer la estrategia adecuada... Puedes marcharte”.
“A sus órdenes mi comandante”. Y Raúl volvió pensativo a la carpa, en la que ya estaba Dani sentado en su catre y mirando al suelo.

“Qué coño miras, guarra?”, preguntó el amo.
“Nada”, respondió el chico.
Y le cayó un lechazo en todo el morro acompañado de un grito: “Háblame con más respeto, furcia! Que ya me has complicado la vida más de lo que merece darte por el culo”.
“Perdóname, Raúl”, contestó Dani.
Y otro mandoble, esta vez en el coco, y la voz de Raúl airada: “Ni pronuncies mi nombre, que sólo eres basura. Llámame amo que es lo que soy para ti. Tú puto amo, escoria!”.
Y Dani resignado, pero lleno de alegría por dentro, le obedeció: “Sí, amo... Perdón, amo”.
Si eso era lo que Dani deseaba. Ser el esclavo de Raúl y que éste se considerase su amo. Su dueño. El único con derecho a usarlo y poseerlo.
Y entonces se levantó y, dándose la vuelta, se bajo los pantalones y los slips y le mostró a su amo el agujero del culo con un tapón de cera dentro, impidiéndole la entrada y salida de cualquier objeto o sustancia.

Raúl se quedó de piedra y exclamó con la boca medio abierta: “Y eso!”
Y Dani contestó: “Es lo último que se le ocurrió a mi capitán para que nadie, que no sea él, claro, me meta una polla por el culo. En realidad me dijo que era para que tú, perdón, tú, mi amo, no puedas follarme por las noches. Así, hasta que por la mañana no vaya junto a él, no me quitará el tapón y en cuanto me folle o me meta lo que se le ocurra, me lo pone otra vez”.
“Y cuando cagas?” preguntó Raúl aún sin poder creer lo que estaba viendo.
“Mi amo, tengo que ir a que me lo quite, luego voy al retrete con mi botella de agua mineral vacía y la relleno con agua templada para limpiarme mejor. Vuelvo, me usa y una vez que me llena la barriga con su mala leche, derrite una vela encima de mi ojete y se forma el tapón otra vez. Las armas no las manejo muy bien, pero en ponerme lavativas ya soy un experto. Y eso es lo que me pasa ahora, amo. Tengo el culo clausurado y me advirtió que si me quitan el tapón de cera, el siguiente será con lacre. Ya pidió una barrita a intendencia diciendo que era para cerrar y sellar documentos importantes. Ya ves, amo. Mi culo ahora es un importante secreto militar. Y si tú me quitas el tapón para follarme, mañana me lacrará el ano mi capitán”.

  
“Pero eso duele!” señaló Raúl.
“Sí, amo. Quema y arde bastante”, puntualizó el chico.
“Vamos. Sígueme”, le dijo Raúl a Dani. “Pero súbete los pantalones, joder!. Ya sólo falta que andes por el campamento con el culo al aire y un trozo de cera metido por el ojete. Date prisa, coño!”
 Y ambos chavales salieron de la tienda en dirección al despacho del comandante.
“Me da su permiso, mi comandante?” dijo Raúl poniéndose firmes al entrar en el despacho de su jefe.
“Qué pasa, Raúl”, preguntó el militar.
Raúl empujó a Dani, lo giró de espaldas a su Jefe y le bajó los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos.
Dani, rojo y muerto de vergüenza, no veía más que la punta de sus botas.
Y el comandante se quedó pasmado viendo el culo precintado del muchacho, y preguntó: “Fue el capitán?”
“Sí, mi comandante”, contestó Raúl.
Y su jefe dijo: “Soldado, queda relevado del servicio hasta nueva orden. Yo asumo toda la responsabilidad ante su capitán. Raúl, acompáñalo a que se quite eso inmediatamente y no lo dejes solo hasta que yo te mande aviso de nuevo. Ah. No vayas a la tienda. Quedaos en esta dependencia. Hay un cuarto que no se usa al lado de la sala de reuniones. Ahí no lo buscará el capitán. Podéis iros”
“Sí, mi comandante”, respondió Raúl.
“A sus órdenes, señor”, dijeron los dos chavales antes de cerrar la puerta del despacho del comandante.

A Raúl le iban saliendo muy bien las cosas y no sólo volvía a poder disponer de su esclavo, sino que incluso su jefe le dejaba libre de obligaciones y le proporcionaba un lugar seguro para usar a Dani sin problemas. En bandeja se lo dejaban al chico!
Ni a Fernando VII se las ponían así.
Ya se estaba relamiéndose, porque ver el culito de Dani como una botella de vino añejo, cerrado con cera, le había puesto la polla como un trabuco cargado de pólvora. Y no veía el momento de arrancarle el tapón de golpe para descorcharlo y servirse a placer de su jugoso agujerito.
Y en cuanto estuvieron solos, cerró con llave la puerta y volvió a ponerle el culo al aire y en pompa sobre sus muslos y le quitó de un tirón la cera del ano, sin que pudiese depilarle nada porque Dani no tenía vello en el culo.

Ahora ese rosado esfínter, enrojecido por la cera caliente, ya era exclusivamente suyo. El coño de su puta sin tetas, que sabía mamársela como nadie.
Y para entrar en materia le arreó unos cachetes en las nalgas, marcándole bien los dedos, y una vez caliente por fuera le clavó la verga para dejárselo con la misma temperatura por dentro.

 Pero Dani sólo podía estar agradecido a su joven amo por haberlo libertado de su indeseable opresor y cuanto más daño le hacía al follarlo, más se abría de patas para entregarse a él, separándose las cachas con sus manos y dejándole bien a la vista el ojo del culo.
El chico hubiese parado el tiempo para que ese momento de disfrute de Raúl no tuviese fin.
Tenía que darle tanto gusto en la verga, apretando el esfínter, que, Raúl, jamás volviese a querer otro coño ni otro par de tetas que los de su esclavo.

De pronto, al pobre chico le pareció que por fin la suerte empezaba a sonreírle, a pesar que Raúl le destrozaba el culo a pollazos y azotes, sin dejar de insultarlo ni escupirle en la boca, cuando el muchacho retorcía la cabeza pidiéndole con los ojos un beso.
Pero lo comprendía, porque su amo era un macho y él solamente un puto esclavo que no debió nacer con cojones, sino con un buen par de tetas para gustare más a su dueño.
Incluso pensaba que lo mejor que podría hacer Raúl con él, era meterle hormonas y convertirlo en mujer si lo prefería de ese modo.
O ponerle un par de peras de silicona para amasarlas al montarlo como a una perra.



Sin embargo, Dani andaba un poco despistado respecto a lo que verdaderamente le atraía a Raúl desde la primera vez que se lo folló en la tienda.
A Raúl le gustaba el chico tal y como era.
Con su pito, sus pelotas, su pecho duro, con dos pequeños pezones pardos, y su vientre plano.
Y, sobre todo, su culo.
Ese par de nalgas tersas y redondas, duras y firmes como piedras, que guardaban un agujero sonrosado y apretado, que le exprimía la polla hasta dejarle los cojones sin gota de leche dentro.

A Raúl le agradaba oler al muchacho tras las orejas y por el cuello mientras le daba por el culo, pero su hombría no le permitía admitir tales cosas y su venganza era insultarlo, pegarle y lanzar sobre Dani el desprecio que sentía por si mismo al notar como su pene se endurecía y palpitaba tan sólo con pensar en poseer al otro chico.

Una dura batalla para peleársela solo un crío de diecinueve años, teniendo enfrente a otro un año menor que él, más débil, apocado y perdidamente colgado por su compañero.
 Raúl, el amo y dueño de existencia de Dani, era un homosexual reprimido tan cabrón como el puto capitán y desde el primer asalto ya tenía esa guerra perdida.
Y la decisión de Dani no contaba para él, pero también estaba tomada.

Sería de su amo mientras éste no lo tirase a un estercolero por no tener tetas y un coño auténtico.

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