5/18/2012

Capítulo 3 / La carpa


El trajín del campamento base, donde se instaló el alto mando para dirigir las operaciones de guerra simulada en que debían consistir las maniobras, acaparó la atención de Dani y, para su fortuna, la de su capitán, que formaba parte de la compañía de plana mayor y mando del regimiento, cuyo jefe era un coronel, aún más condecorado y prestigioso que el jefe del pobre asistente.

Desde que llegaron al campamento y en cuanto le quedaron unos minuto libres del acoso de su capitán, Dani se arrimó a los asistentes de los otros oficiales del operativo de mando, y procuró compartir tienda con uno tan joven como él, que estaba a las órdenes directas del comandante de uno de los batallones.
 
El otro chico, a parte de agradable en el trato, la naturaleza había sido generosa con él dándole un físico muy agraciado y con una constitución muscular envidiable. Realmente era un morenazo que llamaba la atención de cuanta mujer (y algunos hombres) ponía sus ojos en el muchacho, tanto por su aspecto varonil como por la mirada algo impúdica con que miraba.


Dani, parecía mucho más crío a su lado y su cuerpo abultaba un poco más de la mitad que el del otro soldado.
Pero ya de entrada simpatizaron y ambos decidieron albergarse juntos bajo la misma lona.
Terminado el servicio con su respectivos jefes, una vez que los dejaron aposentados en sus cómodas carpas, acondicionadas con comodidades por encima de las supuestamente necesarias para la vida y usos castrenses, y que Dani dejó como los chorros del oro el equipo de su jefe, mientras le tocaba las pelotas con improperios, los habituales insultos y una mamada rápida de aquella repugnante polla oliendo a semen reseco, que odiaba con todas sus fuerzas.
Que, de ser más hombre el muchacho, se la arrancaría a dentelladas.

Acabadas todas esas labores, el chico y su eventual compañero de armas, cansados y muertos de sueño, se dejaron caer en sus petates sin quitarse el uniforme ni las botas. Y Dani, dando gracias al cielo por no haber tenido que poner el culo esa noche, miró a su compañero, que ya cerraba los ojos, y le dijo: “Raúl. Duermes?”
 “No... Pero no tengo fuerzas ni para descalzarme”, contestó el chico.
Y Dani insistió: “Si no nos descalzamos, mañana vamos a tener los pies más hinchados y será peor”.
“Descálzame tú”, dijo Raúl, que así se llamaba el otro soldado.
Dani se sentó en el catre y se quitó sus botas y los calcetines, con cierto tufo desagradable, y luego se arrodilló al lado de su camarada y le desató los zapatones de media caña, de los que salió un olor algo fuerte al descalzarlo, y con cierta parsimonia le bajó los calcetines dejándole los pies desnudos.

No es que oliesen bien, pero tampoco era peor que el pestazo de las pezuñas de su capitán, así que no le hizo ascos a los del muchacho y le preguntó sin soltarle los pies : “Te duelen?”.
“Un poco”, respondió Raúl.
Y volvió a decir Dani: “Se dar masajes para aliviar el cansancio...Quieres que te los dé?”
“Sí”, afirmó el otro.
Y Dani, como si fuese una delicada geisha, masajeó las plantas de los pies y los dedos de Raúl, pulsando delicadamente sobre el empeine, hasta conseguir que el joven compañero cerrase los párpados como si ya estuviese soñando con alguna moza a la que tocarle el coño antes de follarla.

 El maltratado soldado se levantó para desnudarse y meterse en su cama y cuando ya estaba en calzoncillos oyó la voz de Raúl: “No sigues? Me gusta como lo haces...Házmelo otra vez”.
Dani se arrodilló de nuevo a sus pies y sostuvo uno de sus pies para comenzar el masaje y Raúl lo interrumpió: “Antes quítame la ropa. Estaré mejor desnudo”.
El asistente del capitán tragó saliva y sus mejillas se sonrojaron, pero se inclinó sobre Raúl y le desabrochó el cinto y los pantalones.
Fue sacando de los ojales cada botón de la camisa del otro chaval y le indicó que se incorporase para poder quitársela.
Y Raúl añadió: “Ahora los pantalones... O me vas a dejar a medias?”
“No... ya te los quito”, respondió Dani, cada vez más azorado.
“Así estoy en la gloria.... Gracias, Dani... Ya puedes seguir con el masaje”, dijo Raúl.

Dani prosiguió su labor e instintivamente acercó su cara a los pies del otro chico y este le preguntó: “Huelen?”
“Un poco... Pero no importa”, contestó Dani, sin dejar de mirar la planta del pie de Raúl.
Y el otro añadió: “La verdad es que después de la paliza que nos han dado hoy no podemos oler a gloria...Joder!... No veas como me apestan a sudor los huevos...Uf...Y el capullo a requesón. Necesitamos un baño, pero bien dado. De esos con gel y espuma con olor a... Yo que sé. A eso que ponen la mujeres en la bañera”.
Raúl se tocaba los genitales metiendo la mano en los calzoncillos y Dani no quiso ni mirarlo porque estaba empalmado como un burro y temía manchar los calzoncillos de babilla.

“Qué vergüenza!, pensaba. Se creerá que me he meado encima. Pero si me ve el paquete no le quedará duda de que me he excitado como un puto marica...Joder! Ese cabrón de mi capitán tiene razón y soy un maricón de mierda!

Enfrascado en sus elucubraciones no se enteró de lo que volvía a decirle Raúl, hasta que le chilló más alto: “Tío!... Joder! Es que no te enterás?... Te estoy diciendo que subas por la piernas y me relajes el cuerpo también...Me has dejado los pies como si hubiese estado tumbado todo el día rascando las bolas”.
“Perdona. No te oí... Estaba pensando en otra cosa”, dijo Dani.
Pero cómo iba a levantarse con semejante empalme?.Era imposible. Y que coño hacía ahora?
Sin pensarlo dos veces le dijo a Raúl: “Espera. Aún falta lo mejor para relajártelos del todo”.
Y sin darle tiempo de abrir la boca empezó a lamerle los dedos del pie, uno a uno, chupándoselos y acariciándolos con la boca.

A Raúl se le empezó a notar un bulto exagerado bajo los gallumbos y en pocos segundos tenían otra carpa sobre el vientre del guapo mozo.
Dani miró el paquetón de su compañero de tienda y fue ascendiendo con la lengua por los tobillos del chico.
Raúl le pidió otra vez que le diese el masaje en las piernas y, al vista del empalme que ya tenía el moreno, Dani se atrevió a salir de su improvisada trinchera y dejar a la luz sus calzoncillos mojados justo donde su polla le daba a la tela la forma de un crecido chorizo.
El otro, con los ojos cerrados, mal podía advertir la calentura de su amable amigo de mili, pero sin preocuparse de la reacción del otro muchacho, dijo: “Dani, más arriba... en los muslos... Ahí... en las dos piernas y ve subiendo más.... Así... Uf... Me estas poniendo muy cachondo, chaval!”

Dani se fue animando y perdiendo el miedo y deslizó los dedos por las perneras de los slips, tocándole a Raúl las ingles y dejando que el dorso de las manos acariciasen los huevos del muchacho.
El mocetón moreno movía las caderas y buscaba que el tacto de los dedos de Dani alcanzase su pene.
Y su afán no tuvo que esperar mucho más. Dani puso una mano sobre la verga del otro chaval y la movió de abajo arriba, apretándola y sintiendo como latía la sangre que invadía las venas de la polla de Raúl.
Raúl miró su rabo fuera de los calzoncillos y como su compañero pegaba la cara en el paquete, oliéndolo y aspirando el calor ácido del contorno de su genitales, le dijo con con voz tajante: “Chúpala... Mámame el cipote, que me has puesto como una moto, cabrón! Vamos. Empieza y no vengas ahora con remilgos... En la mili y entre hombres vale todo... Y si no hay hembras cualquier agujero sirve de coño. Mama, o te doy unas hostias que te enteras, jodido cabrón!”



 A Dani no le hicieron falta más palabras y, en este caso, las amenazas sobraban.
Ya tenía él ganas de pillar un nabo que le apeteciese comer y no el del borrico que lo usaba como a una zorra rastrera.
Le hizo a Raúl una comida de chorra tremenda y el guapo soldado, salido como un adolescente viendo por primera vez una tía en pelotas, ni le avisó, ni hizo el menor ademán de sacarle la tranca antes de soltarle en la boca a Dani una lechada, que por lo menos llevaba un mes dentro de los cojones de aquel fornido mocetón.

Aquella leche no le desagradó tanto como la del hijo de perra con galones.
Y, aunque no se la tragó toda, porque escupió la mayor parte, se dio un homenaje saboreando un chupito antes de echarla en el pañuelo.
Quizás fuese porque era más fresca o simplemente porque le apeteció mamar la polla de Raúl.
El caso es que no le quedó ni mal sabor de boca, ni ese asco de sí mismo que sentía cuando lo vejaba el puto oficial al que estaba obligado a servir.
Pero, qué pasaría si el capitán se enterase de sus escarceos con el otro soldado?
Qué le haría si llega a saber que se la mamó a otro?
Entonces sí que le llamaría maricón y con toda la razón.
Dani empezó a sentir pavor, puesto que el animal de su jefe podría llegar a matarlo a palos si supiese algo de lo que paso esa noche en la tienda de campaña con el otro soldado.
Con Raúl no se atrevería porque era el asistente del comandante, pero a él, seguro que lo caparía. Porque ya se lo había advertido más de una vez. “So maricón de mierda! Como me entere que buscas otras pollas, te la corto o te mato por puta! Eres mi zorra. Y sólo yo te voy a dar por el culo, perra!”

Y Dani se puso a temblar de repente. En manos de aquel jodido, podía pasarle algo peor que romper la cara y el culo todas las noches.

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